Por una parte localizar a los últimos ejemplares que nos quedan, y con ellos iniciar un proyecto de cría. Paralelamente un santuario para aquellos ejemplares viejos y enfermos. Disponemos de espacios perfectos para ello, en los que además cumplirían una eficaz labor ecológica de limpieza forestal. No olvidemos la imprescindible labor de educación ambiental pendiente, especialmente para las nuevas generaciones que conocen mejor la ecología del velocirraptor que la de los burros fariñeiros con los que, además, pueden interactuar.
Últimamente con frecuencia, y sin ir más lejos estos días, nos preguntamos para que puede a estas alturas servir un zoo como el de A Madroa. Pues por ejemplo para esto. El burro fariñeiro se encuentra en una situación crítica, pero no es la única raza autóctona amenazada de extinción. Quizás en lugar de tener tigres y monos encerrados podría resultar más interesante, y útil, que el zoo se convirtiera en un agente activo para evitar la extinción de la fauna más cercana. Posiblemente ahí radica el problema, en que sería útil y barato.