Carlos Oroza

Santiago Lamas

VIGO

21 oct 2014 . Actualizado a las 05:00 h.

No sé cómo recitaba Homero pero imagino que convocaba a su alrededor gentes que lo escuchaban religiosamente, que es como debe ser oído un poema, siempre que entendamos religiosamente como una hierofanía en la voz que recita, aunque no sepamos con certeza lo que así se nos revela. Mucho de lo que hoy pasa por poesía carece de ese poder evocador. A veces, se trata de juegos de palabras de sentidos imprecisos, otras de significados impenetrables para el lector. No es el caso de Oroza que tiene ese don que invoca y evoca.

En tiempos pasado, antes de ser publicados en libros, hubo versos nómadas de Oroza que recorrieron el país, ajenos e indiferentes a fronteras. A veces apropiados indebidamente por teloneros ambiciosos, siempre tuvieron dueño conocido y bastaba que el amo legítimo los recitara para devolverles su aura y restablecer su propiedad sin necesidad de notarios interpuestos. Es esta una poesía para ser escuchada y nadie mejor que Oroza para decirla.

Cuando el san Antonio de Flaubert ejercía de asceta en los desiertos de Egipto se le apareció la reina de Saba sobre un elefante blanco, rodeada de su corte. Al tentar al asceta, ofreciéndole los placeres más inefables, le dijo: «No soy una mujer, soy el mundo». La vida de Oroza, a su manera, es y ha sido también ascética. Dice Oroza: «Todas las tardes paseo mi derrota por las calles de Vigo; alguna vez me paro en la orilla y espero algún barco». Conozco gentes del arte que cambiarían sus triunfos por una derrota como esta o por ser capaz de decir y creer una frase como esa.

Oroza inventa palabras cuando es necesario y viene al caso, pero nunca de modo caprichoso. No sé qué o quién es el Évame que hoy nos convoca, pero como la reina de Saba, es más que una palabra, más que un libro: es un mundo. Un nombre, no de una mujer, sino de la primera mujer y, con ella, un llévame, un elévame. ¿Se habló alguna vez de la mujer con esa reverencia, con esa fascinación que esa palabra-mundo hace nacer?

Oroza cree en las musas y en los dioses antiguos que viven en la naturaleza tal vez porque, como Holderlin, fue educado por el murmullo armonioso del bosque. No sé cómo recitaba Homero, pero Carlos Oroza, como le ocurría al famoso poeta de la antigüedad, tiene los dioses y las musas de su parte.