Hacía hablar a los sordomudos

Eduardo Rolland
Eduardo Rolland EDUARDOROLLAND@HOTMAIL.COM

VIGO

El baionés Pedro de Castro triunfó en Italia en el siglo XVII con un método para curar la sordera poco ortodoxo y más propio de una tortura

06 oct 2014 . Actualizado a las 09:09 h.

Mucho ha avanzado la medicina. Tanto, que cualquier terapia previa al siglo XX puede hoy sonar a una tortura. Tal es el caso del método para curar la sordera que, en el XVII, hizo famoso en Europa al médico Pedro de Castro. Afeitados, lavativas y emplastos inverosímiles lograban que los sordos oyesen y hablasen, según los testimonios de hace casi 4 siglos. Y De Castro, que alcanzó gran fama en Francia, Alemania e Italia, se convirtió en un reputado galeno.

Nacido en Baiona en 1592 murió en Venecia en 1661. Se sabe que ejerció la medicina en el País Vasco, en Valencia y, especialmente, en Italia. Dejó también obras publicadas y discípulos en Alemania. Y se conocen algunas de sus obras más importantes, como Petri a Castro Bayonatis febris maligna puntularis aphorismis delineta (Padua, 1686), donde se señala su nacimiento gallego. La más traducida y reimpresa fue su Trattato del Colostro, un compendio sobre pediatría incluido en una compilación de Scipión Mercurio y que se editó ininterrumpidamente desde el siglo XVI hasta el siglo XVIII.

Sin embargo, su fama llega hasta nuestros días por sus estudios sobre los sordomudos. El médico dice que su método proviene de su maestro Manuel Ramírez de Carrión: «El modo con que en tales infantes mudos se puede curar su mal, es prodigioso, mas no por eso deja de sujetarse al ingenio humano. Este raro secreto lo aprendí yo, ya discurriendo con el mismo inventor, y ya filosofando con extraordinaria perseverancia, y he logrado bastante bien el invento: mas aquí no revelaré el secreto (...) Toda la dificultad consiste en la industria, habilidad y paciencia».

Según De Castro, su primera sanación se produjo en Vergara, donde curó «en dos meses con suma y prolija asistencia a un niño, que siendo sordomudo llegó a hablar perfectamente».

El jesuita ilustrado Lorenzo Hervás y Panduro, más tarde padre de la lingüística comparada, recoge en una obra de finales del XVIII los prodigios de Pedro de Castro. En los que parecía haber más alquimia que medicina. Según este testimonio, el baionés destilaba pócimas que administraba en los oídos del sordomudo, con ingredientes como «alguna gota de leche de perra, mezclado con un poco de miel virgen, y con otros remedios».

Pero vayamos ya al método. En primer lugar, se somete al paciente a dos purgas consecutivas. Tras las diarreas subsiguientes, el cerebro quedaba «limpio». Así lo cuenta Hervás: «Evacuada la cabeza con esta medicina dos, o tres veces según la necesidad lo pedía, en la cima, o en el remolino de la cabeza se raen los cabellos dejando un espacio, como el de la palma de la mano, y a la parte raída se aplicaba el ungüento». Por tanto, tras las purgas, se afeitaba al paciente la cabeza, creando una especie de tonsura. Sobre ella se aplicaba un ungüento compuesto de «aguardiente, salpiedra, nitro purificado, aceite de almendras amargas y nafta». La abrasiva cataplasma tenía por objeto «reblandecer los huesos superiores de la cabeza» y se dejaba actuar toda la noche. Por la mañana, nueva purga. Y, tras ella, se rascaba la parte calva, y ya abrasada por el ungüento, «con un peine de marfil». No queremos imaginar las condiciones del sordomudo tras esta terapia.

Finalmente, llegaba el momento de hablar y de oír. «Se le lavará la cara y se le hablará por el remolino de la cabeza: y sucede el efecto admirable de oír el sordomudo con claridad la voz que de ningún modo podía oír por los oídos». De Castro considera que su método permite oír a los sordos a través de la cabeza, una vez se ha «reblandecido» el cráneo.

Hervás y Panduro, citando a Pedro de Castro, alaba los progresos que consigue su método: «Si el sordomudo no sabe leer, se le hará aprender el alfabeto; y cada letra de este se debe pronunciar varias veces hasta que el sordomudo la pronuncia». El aprendizaje parece rapidísimo: «En los primeros quince días el Sordomudo aprende maravillosamente tanto número de nombres, que sin memoria muy tenaz no podrá retener: la facilidad se adquiere con la práctica». Y se congratulan del esfuerzo que ponen los pacientes para comunicarse: «Causa maravilla verle la ansiedad con que el sordomudo se esfuerza para prorrumpir continuamente en voces».

No nos extraña nada que el sordomudo se esforzase en «prorrumpir continuamente en voces». Es un paciente purgado tres veces, afeitado y sometido a cataplasmas abrasivas y rascados en el cuero cabelludo. En cualquier caso, Pedro de Castro pasó a la historia como un importante médico, con prestigio en Europa.