La fortaleza del Miño está abandonada

Monica Torres
mónica torres TUI / LA VOZ

VIGO

Unas 2.000 personas al año visitan la Isla da Ínsua ajenos a que, intramuros, se desmoronan otras construcciones seculares que agonizan a cielo abierto

25 ago 2014 . Actualizado a las 15:41 h.

Unas 1.800 personas desembarcan cada año en la Isla da Ínsua, situada en el estuario del Miño, para hacer turismo, pescar o darse un baño. No es fácil aproximarse a la media pero Francisco Mario Gonçalves Vasconcellos, que desde hace más de tres décadas se encarga de transportar a los viajeros desde Moledo hasta este macizo marítimo de acceso libre, es una voz autorizada.

La última de las cuatro intervenciones que Lisboa autorizó sobre su Monumento Nacional y que han posibilitado que las murallas de la fortaleza del siglo XVII se mantengan invictas terminó hace quince años.

La situación cambia intramuros. El vandalismo y los saqueos obligaron a cerrar el recinto de la fortaleza isleña en el 2001, año en el que se retiró por última vez el mar formando la lengua de agua que posibilita recorrer a pie los 200 metros que la separan de la playa de Moledo. El fenómeno está documentado desde el siglo XVI y, desde entonces, se ha repetido en seis ocasiones.

Las imponentes murallas tapan la agonía de siglos de cultura. En cuanto se abren sus puertas se desmoronan las expectativas, como las construcciones interiores que resisten entre la vegetación. Las murallas atesoran una historia en la que convergen ataques de piratas, batallas militares y 500 años de vida monacal escapándose sin remedio.

Del convento creado en el siglo XIV por el franciscano gallego Diego de Arias, se reconoce el refectorio, la cocina, la iglesia y el pequeño claustro. Es un esqueleto porque, aunque la piedra soporta las humedades, ya se han derruido algunas partes y no hay tejados ni techos o suelos, o están impracticables. La sabiduría popular dice que hay una zona en la iglesia a la que no llegaba el ruido del mar o del viento por duro que fuera el temporal. A cielo abierto es imposible dar fe a esta especie de milagro. Medio techo de la capilla sostiene la campana que los ladrones no consiguieron cargar tras saquear el campanario. Sí existe el pozo documentado como uno de los tres de agua dulce en medio del mar que hay en el mundo. Utilizarlo no es posible porque la hierba y la basura crecen sobre su acceso.

Al recinto abaluartado se accede con permiso del Instituto Politécnico de Viana do Castelo, a quien el Ministerio luso de Hacienda, propietaria del espacio, le ha cedido su gestión. Esta institución es también la promotora del proyecto que se presumía como su salvoconducto, la creación de un centro de investigación avanzada de áreas marinas de costa y de río que nunca se llegó a ejecutar. Se anunció hace 24 años, solo cuatro menos de lo que duró la Guerra de la Independencia entre España y Portugal, período en el que se levantaron, otras 25 fortalezas de frontera.

El alcalde de Caminha, Miguel Alves, mostraba ayer su intención de sentarse en septiembre con la dirección del Instituto Politécnico para buscar la mejor salida para el espacio optando a fondos europeos. «Tenemos una joya secular abandonada en el medio del mar; es uno de los asuntos que más lamento y es urgente darle una utilidad», afirma. «Es una isla en el mar pero no puede serlo en términos de protección del Patrimonio y urge conocer el estado geológico del mar», recalca.

El plan para crear un centro de investigación duerme el sueño de los justos