En los 69 años de historia de la TAP, la aerolínea de bandera lusa, no había logrado nunca hasta el pasado julio superar la barrera de los cien mil pasajeros en un mes en sus vuelos entre Portugal y España. Transportes Aéreos Portugueses, que así se llama en realidad la compañía, disparó en este verano su número de usuarios con destino a Madrid, pero más de la mitad de su crecimiento lo ha conseguido ofreciendo rutas a ciudades del siguiente nivel como Sevilla, Málaga o Asturias, terminal esta del norte peninsular donde acaba de desembarcar con 1.771 pasajeros en solo un mes.
El crecimiento de la TAP no viene más que a certificar que Portugal se ha fijado una vez más en el mercado potencial de su único vecino. Eso lleva haciendo también desde los años noventa el aeropuerto de Oporto. Que si una sala para gallegos; que si un carril para que aparquen los buses que todos los días llegan hasta cinco veces desde Vigo y otras dos desde Santiago y A Coruña; que si transporte a domicilio para los clientes del otro lado de la frontera... Y así, sin hacer ruido ya hay más pasajeros que vuelan desde Oporto a los destinos españoles que también ofrece Peinador, que los que lo hacen desde la terminal viguesa. Muchos de los que toman el avión en Portugal son vigueses, pontevedreses, más de 700.000 gallegos en definitiva lo hacen cada año, y la dirección del Sá Carneiro pretende que en esta misma década sean ya un millón. Su hoja de ruta está trazada desde 1999, y de ella no se han movido ni un milímetro, mientras la clase política viguesa se agita entre la improvisación, el lamento, el aldraxe y la utilización partidaria del sentimiento de pertenencia a la ciudad. Pero Oporto está demostrando lo que ocurre en todos los aeropuertos del mundo, que la gente no elige con el corazón desde dónde volar; lo hace con la cartera y el reloj, y Peinador aún no se ha dado cuenta.
La gente no elige con el corazón desde dónde volar, lo hace con la cartera y el reloj
@carlospunzon