El triste otoño de Manuel Pablo

Pedro José Barreiros Pereira
pedro barreiros A CORUÑA / LA VOZ

TORRE DE MARATHÓN

El capitán volvió a lesionarse tras su estreno liguero como titular en casi un año

14 mar 2016 . Actualizado a las 18:07 h.

Asociado a alguno de los recuerdos más bellos del deportivismo, la leyenda de Manuel Pablo, el luchador de Bañaderos, va camino de perderse por no escoger bien cuándo retirarse. Aquellas vibrantes cabalgadas, la Liga y el centenariazo, y hasta el esfuerzo para regresar a la élite después de la escalofriante rotura de tibia y peroné amarillean por culpa del declive actual. El eterno dorsal dos blanquiazul corre el riesgo de despertarse un día y verse como lo que personificó en el Calderón: un señor en camiseta y pantalón cortos al que el fútbol amenaza con atropellar.

A lo mejor esta temporada no está siendo justa con él, antes capaz de marcar la velocidad punta y también la mayor resistencia en tantos entrenamientos y partidos. El lateral de los 8.000 millones, el del pelotazo nunca consumado, se convierte sin remisión en el de las 8.000 razones para colgar las botas cuanto antes. El sábado tuvo que pedir el cambio debido a molestias en la cara posterior de la rodilla izquierda. Cuando el Dépor vuelve a recibir al Levante en Riazor, debe acordarse del partido de la pasada temporada. Se lesionó en aquella penúltima jornada y se retiró del césped entre lágrimas, en el que creía que sería su último partido. Le aguardaba un contrato como ayudante de la secretaría técnica.

Pero su equipo se salvó, Las Palmas ascendió (le ofreció la posibilidad de volver a jugar en Primera allí donde todo había comenzado para él) y Víctor, antes compañero que jefe, lo animó para jugar otro curso más, quizá el definitivo. El plan era reservarlo para una gira de apariciones puntuales, aplausos y cariño infinito. Se despediría sobre el campo y en la máxima categoría. Ya era el jugador con más temporadas en el club (18), pero hasta hubiera podido superar a Mauro Silva en el ránking de partidos en la máxima categoría. Habló y escuchó a todos, menos a su castigada musculatura.

Aquella lesión de final de campaña se convirtió en solo el principio. Le impidió volver a entrenarse con normalidad nada menos que hasta septiembre, aunque nunca dio esquinazo a las molestias. Por el camino se fue al garete aquel partido soñado en Gran Canaria. Se estrenó el 15 de diciembre en la vuelta de Copa contra el Llagostera, pero volvió a lesionarse en la ida frente al Mirandés. Y Víctor no lo llamó hasta ahora. Salió 25 minutos en San Mamés, en su debut liguero, y una hora contra el Atlético. Hasta que volvió a romperse. Si sobre el campo su fútbol se ha convertido en una sombra de lo que fue, como mandamás del vestuario el éxito tampoco le acompaña. Apenas ha vuelto a ejercer de portavoz desde aquella sorprendente rueda de prensa en que pidió sancionar con dureza a Luisinho tras el incidente con Arribas. Se saltó entonces la máxima que dice que los trapos sucios se lavan en el vestuario. La injusticia no sería que tuviera que abandonar ahora, sino recordarle solo por este triste otoño.