Álex Bergantiños, el grito que reanimó a un Deportivo moribundo

Pedro José Barreiros Pereira
pedro barreiros A CORUÑA / LA VOZ

TORRE DE MARATHÓN

El de la Sagrada Familia y Laure se mostraron felices tras sus renovaciones con el club blanquiazul hasta 2018

05 sep 2015 . Actualizado a las 16:11 h.

Para muchos San Mamés retrató la imagen que mejor refleja la espléndida reacción deportivista en las ocho últimas jornadas de la última Liga. El gol postrero de Lopo avanzó la imposible reacción que quince días después se hizo carne en el Camp Nou y rompió los diques de Álex Bergantiños. El gesto del futbolista (A Coruña, 1985), arrodillado en el césped mientras gritaba alborozado y lanzaba una y otra vez el puño al aire, reflejó la alegría de la gesta, pero también descorchó la rabia por los meses de sufrimiento, el trabajo callado y la fortuna, que por fin se vestía de blanquiazul.

Ejemplo de jugador modesto, originario de un barrio humilde, labrado lejos del terciopelo que reviste el fútbol base actual, Bergantiños se revela como un pionero. Por el tiempo en el que salió cedido al Xerez, al Granada o al Nàstic, el Dépor no recuperaba a sus canteranos. Simplemente se los quitaba de encima. Bergantiños destacó como el primero que se curtió lejos y regresó para convencer de cabo a rabo en Riazor. Por eso, el acto por sorpresa de ayer sonó como otro grito, el que bendice toda una carrera en «el club de mi vida», como reconoció.

En el 2018, cuando expire el contrato que acaba de rubricar, cumplirá 33 años y estará en disposición de entrar en la historia del Deportivo. Lo haría como esa especie en extinción, la de los one-club-man, los futbolistas que a lo largo de su trayectoria se mantuvieron fieles a una única camiseta, la que Bergantiños llevó siempre pintada en el corazón.

Laure, las ansias y el hambre de llegar a ser futbolista

Las ganas de ser futbolista distinguen a Laure (Madrid, 1985), dispuesto a comerse a bocados una profesión con la que soñó, pero que solo se hizo realidad cuando llegó al Deportivo. Apenas unos meses en el Fabril le bastaron para coronar el primer equipo, en cuyo vestuario podrá cumplir una década después del nuevo contrato que rubricó ayer. La esencia de este lateral de acero, al que nunca asustaron ni la competencia interna ni los adversarios de postín, habita en ese ansia por el fútbol. Quizá para alcanzar como sea la línea de fondo, pero también en esa irreductible capacidad para levantar muros frente a las acometidas del rival.

Es tan duro y perseverante que llegó a jugar con una rotura muscular de ocho centímetros, o por una u otra banda, incluso como improvisado interior. Riazor se ha agarrado más de una vez a su capacidad de rearmar a un equipo atascado. No importa el marcador, ni lo sucedido en la jugada anterior: el hambre de Laure obra el milagro. Sus arrancadas hacia la portería contraria, unas brillantes, otras a trompicones o con regates inverosímiles, detienen el tiempo e insuflan nuevas energías. Donde antes había nubarrones, ahí vuelve a brillar el Dépor.

Acaba de dar un paso más en su aportación. Sin la participación sobre el campo que venía disfrutando, el pasado curso su voz se ganó el título de segundo capitán, el futbolista más veterano después del eterno Manuel Pablo. Ansioso por armar un equipo supercompetitivo, Víctor comienza ahora la alineación por el mismo nombre, Laure. Los demás, a continuación.