¿Por qué los primeros días siempre nos quemamos al tomar el sol?

La Voz REDACCIÓN

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SONNY TUMBELAKA | AFP

Con el próximo regreso a la playa también vuelve el temido color rojo en la piel y las temidas quemaduras. Pero hay formas de evitarlas, y desde el principio

26 mar 2015 . Actualizado a las 05:00 h.

En invierno, el buen tiempo nos da una tregua. Vuelve la lluvia, las nubes y la lluvia, y nos encerramos en casa a esperar, literalmente, a que escampe el temporal o simplemente a que pase la tormenta. Y así, después de seis meses de vivir encerrados en las cuatro paredes de casa, el trabajo o el centro comercial de turno, la llegada de la primavera nos echa a la calle a respirar aire puro. Es el primer paso, que tendrá la continuación en el esperado y el deseado regreso a la playa.

Sin embargo, volver a la playa también tiene sus consecuencias negativas. Al pasar tanto tiempo debajo del sol, la piel con un tono rojizo cual guiri en Benidorm comienza a ser un habitual y las quemaduras una realidad dolorosa. Y es que, pase lo que pase, los primeros días, tomar el sol es casi sinónimo de terminar con una gruesa capa de aftersun para ponerle fin al sufrimiento. Pero, ¿por qué a todo el mundo le pasa que, al principio, siempre terminado quemado y con el tatuaje de las formas del traje de baño sobre nuestra dermis?

Los expertos señalan a la conjunción de tres factores como los culpables de esta realidad que nos persigue durante las primeras jornadas de buen tiempo. En primer lugar, ese ansia que empuja a todo el ser humano a ver a parecer un rayo de sol y querer abandonar ya el tono blanquecino del invierno: es la fiebre del bronceado. Las personas suelen abalanzarse como locos a las toallas para tostarse vuelta y vuelta.

Y aquí, aparece el otro gran inconveniente: después de seis meses a la luz de ese foco de la habitación o del lugar del trabajo, la piel está sensible y necesita tiempo para acostumbrarse a tal cantidad de rayos solares. Sin embargo, el ser humano no le da esa posibilidad.

Además, en este punto aparece el tercer culpable ya que los primeros rayos solares que nos llegan son los UVB, los que provocan el eritema solar, es decir, la quemadura cutánea. Y es que durante las primeras 48 horas expuestos al sol, esta variedad de rayos -los otros dos son los UVA y los infrarrojos- provocan que las glándulas sudoríparas trabajen más, nos hagan sudar más y produzcan ácido uránico, que provoca la reacción protectora de la queratina que levanta el escudo natural de la piel: la rojez. Un escudo que se baja a los dos días, convirtiendo, si no ha llegado a quemadura, el rojo en moreno.

Algunos consejos para no quemarse

Por esta razón, es tan importante empezar el bronceado con cabeza. Los expertos recomiendan, por un lado, racionar las horas de sol, es decir, ir de menos a más para que la dermis se acostumbre. Como en todo en esta vida, los atracones nunca son bueno. Además recuerdan que no se debe tomar el sol entre las 12 y las 16 horas puesto que en este periodo los rayos solares son más perpendiculares y su acción es máxima.

Con esto en mente, el otro consejo, casi de obligatorio cumplimiento, es escoger y aplicarse siempre un buen protector solar -como los que se pueden encontrar en El Corte Inglés-. El factor recomendado es 50, pudiendo ser uno como el Protege y Broncea de Nivea -que gracias a su extracto de regaliz se activa la melanina propia de la piel para un bronceado más rápido- o la crema facial Sun Control SPF 50 de Lancaster -para evitar engrasar la cara con un producto corporal-. A partir de los quince primeros días, se puede reducir pero, como mínimo, siempre deberá estar entre 15 y 20 -los expertos recomiendan quedarse en, como mínimo, en protector 30, como el Spray Wet Skin de Garnier-. Además, la crema se debe echar media hora antes de la exposición solar y repetir después de dos horas tras la primera aplicación y al salir del agua.