Los errores de maquillaje más frecuentes

La Voz REDACCIÓN

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Hace algunas semanas, Uma Thurman le dio una lección al mundo. De su cambio radical a golpe de brochazos no solo aprendimos a ser cautelosos; también a dejar de infravalorar el poder del maquillaje

04 mar 2015 . Actualizado a las 12:57 h.

Poderoso don maquillaje. Y sin trasladarnos al extremo profesional, capaz de engendrar monstruos y rostros desfigurados. Es capaz de obrar milagros, hasta el punto de hacer creer a medio mundo -literalmente- que la chica Tarantino por excelencia se había sometido a la dictura del bisturí para recolocar sus peculiarmente atractivas facciones. Tuvo que acudir la propia Thurman a un plató de televisión para callar bocas y susurrarle a los parlanchines que solo se trataba de un truco de chapa y pintura. Pero también es un arma de doble filo. En exceso, en tonos incompatibles con quien lo porte y aplicado con discutible habilidad puede convertir un rostro en un auténtico Picasso. Bien manejado, resalta las virtudes físicas, acentúa los rasgos atractivos, reestructura el equilibro del óvalo facial. Mal, puede llegar a descompensar las facciones, a derivar en un resultado extremadamente artificial.

Estos son los errores de maquillaje más frecuentes. La prescripción es la siguiente: evitarlos a toda costa.

1. A chorretones naranjas

El delicado apartado del bronceado artificial. Es habitual recurrir a productos autobronceadores, que potencian el color de la piel. Los malos -o los buenos productos aplicados en exceso- derivan en un efecto más que artificial, casi de chiste, similar al aspecto requemado de aquellos que abusan de los rayos uva hasta rozar niveles tanoréxicos. Por si fuera poco, quien se unta en estas lociones amarillentas no solo acaba con los dedos como si se hubiese fumado cinco cajetillas de tabaco al día, sino que además desprende un característico y dulzón olor que le desenmascara a leguas y que incluso puede llegar a resultar desagradable. Por si todo esto no fuese suficiente, los menos expertos suelen dejarse a manchas -cuando no lamparones- cuerpo y rostro, creyendo presumir de un saludable y atractivo aspecto. Pero no.

Si la necesidad de estar morenos es de fuerza mayor, lo mejor es escoger una marca seria, avalada por su calidad, como Clarins. Decantarse además por los autobronceadores progresivos -nunca por los express- y tener un poco de paciencia: el tono va aumentando poco a poco, suelen tratarse de cremas con un poco de color que comienzan a notarse al cabo de los días. En cualquier caso, evitar la ropa blanca tras la aplicación, poner mucha atención en la transicción entre cara y cuello, y cuello y escote, y aclararse bien las manos.

2. Perfilar mal los labios

Los labios no se perfilan antes de aplicar la barra de labios. Primero se colorean, con un labial o con un pincel, y después se retocan con un lápiz para evitar que el color se desplace. Además, muchas mujeres tropiezan en un error común: perfilar los labios por fuera, más allá del propio contorno, para hacerlos más grandes. Solo consiguen un resultado postizo y poco favorecedor. 

El lápiz escogido deberá ser siempre del color de la barra de labios y el trazo no debe variar la forma ni el corazón que dibuja la boca. Para que dure más el color, puede aplicarse el labial con un pincel, dará a los labios un aspecto más mate aunque los dejará algo más secos. Por eso es fundamental administrar el color con ellos bien hidratados, nunca cortados o marchitos. 

En contra de lo que se cree, los labios no deben frotarse uno contra el otro después de haberlos pintado. Para evitar manchar los dientes, es eficaz introducir un dedo en la boca y sacarlo rozando los labios. El exceso quedará eliminado.

3. Ojos de mapache

Hace algunos años hizo acto de presencia una nueva y transgresora moda que incitaba a maquillarse de negro carbón los ojos, con un efecto difuminado sobre el párpado que se bautizó como smokey eyes -ojos ahumados-. El resultado, bien ejecutado el proceso, es impactante y muy favorecedor, sobre todo en mujeres con el iris claro. Suele acompañarse con labios rojos o ausencia total de cualquier otro artificio cosmético en el rostro. Los ojos deben ser los grandes protagonistas. Solo ellos. Sin embargo, no son pocas las adeptas a este tipo de técnica que empantanan su cara a base de potingues y se lanzan a la aventura de colorear a lo bestia sus párpados, sin ton ni son, consiguiendo un desafortunado efecto mapache. Ojos amoratados. Como si hubiesen recibido un par de puñetazos. 

Las claves se sustentan en una premisa básica: cautela. A continuación, hay que aprender a jugar con las sombras y no escoger todos los tonos demasiado oscuros. Esta de Clarins es perfecta. Hacia la ceja, es importante difuminar bien, ser fiel a los claroscuros. Para conseguir intensidad, los expertos recomiendan recurrir a un lápiz o khol difuminado, tanto en el párpado superior como en el inferior. Hay quien tiende a olvidarse de esta segunda zona. Error. Solo consigue un resultado apagado. Además hay que rematar la faena con una máscara de pestañas intensa.

4. Ojo con el colorete

Este inofensivo elemento, que aporta frescura y lozanía al rostro, es menos inocente de lo que aparenta. Si nos pasamos de la raya, podemos liarla bien liada. Si escogemos un color demasiado rosado, más de lo mismo. Lo más importante es la mecánica de aplicación: siempre siguiendo la dirección del vello casi invisible del rostro, desde donde nace hacia donde crece, elevando la brocha hacia los laterales, es decir, hacia las sienes. Un truco: sonreír para marcar bien la zona donde extenderlo. Para aplicarlo, nada de brochas generosas, como las de los polvos de sol. El blush exige un pincel algo más fino -no demasiado-, redondo, y con el mango alargado, para poder manejarlo con soltura. Los colores más favorecedores son los que imitan el tono de la piel ruborizada o agitada, como los rosados o los melocotones, como por ejemplo el Multi-Blush Fard à Joues Crème de Clarins. Huir de los terracotas; estos reclaman más superficie, todo el rostro, no solo los pómulos. 

Al empapar la brocha en el colorete, la brocha debe desprenderse del exceso a través de un pequeño golpecito de muñeca. Entonces, ya estará lista para acariciar con delicadeza las mejillas. Es mejor aplicar poco a poco, en varias pinceladas, que todo de una vez. Un brochazo fuerte luego es muy difícil de rebajar. Si esto sucede, lo mejor es atenuarlo con polvos translúcidos.

5. «Eyeliner» tembloroso e infinito

El trazo superior y oscuro, colindante a las pestañas, que suele extenderse un poco más allá de donde acaba el ojo para aportarle al rostro una apriencia pin-up es también un recurso resultón, pero arriesgado. Es difícil conseguir esa línea perfecta. Muy difícil, para qué engañarnos. Sobre todo si no tenemos un pulso templado y no somos diestros en el tema. Y un trazo mal hecho, descompensado de su simétrico -tienen que ser dos similares, uno en cada ojo-; espasmódico e infinito queda mal. Es una de esas cosas que solo lucen si se hace casi a la perfección y que cuando se falla, se nota mucho el mal acabado.

En primer lugar, hay que dibujar una línea con un lápiz adosada a las pestañas, desde el lagrimal hasta justo el extremo dle ojo, sin ir más allá. Después, retocarlo para ir engordando el trazo. La zona del lagrimal tiene que ser la más fina. Para hacerlo, se recomienda usar bien lápices correctamente afilados o rotuladores finos, con la punta bien limitada. Una buena opción es el revolucionario delineador 3-Dot Liner de Clarins, con una ingeniosa forma en tridente del aplicador. A continuación, hay que prestarle atención al rabito. Nunca hacer todo junto del tirón. Es recomendable apoyar en el espejo la mano que estemos utilizando para que no tiemble demasiado. Con la otra mano, estirar levemente la piel hacia el nacimiento del cabello para facilitar el trazo. El final de la línea debe tender un poco hacia arriba y cerrar el grosor.

6. Los malditos grumos en las pestañas

Es habitual que al aplicar la máscara de pestañas, sobre todo si repetimos la operación varias veces para conseguir intensidad, se generen grumos, que se quedan sólidos y son difíciles de retirar. Las pestañas se pegan, produciendo un efecto sucio y denso, nada ágil. Para que esto no suceda existen varios trucos. El primero es peinar bien las pestañas con un peine especial antes de aplicar el rimmel. El segundo aplicar con un algodoncito un poco de base de maquillaje sobre las pestañas. Y el tercero, chequea el cepillo cuando sale del tubo. En ocasiones está muy cargado de pintura, con mucho exceso. Para que no se apelmacen durante la aplicación, hay que ir rotando el cepillo, que siempre tiene que ir paralelo al suelo. Podemos optar por algunas marcas que cuentan con púas algo elevadas, como Clarins y su Be Long Mascara Longueur Courbes. Y si resulta que nuestro rimmel ya está seco porque lleva demasiado tiempo abierto podemos añadirle unas gotas de tónico y conseguiremos una máscara más fuida.

*Todos los productos citados están a la venta en El Corte Inglés.