La telerrealidad es historia

Beatriz Pallas ENCADENADOS

TELEVISIÓN

20 sep 2015 . Actualizado a las 05:00 h.

Estamos inaugurando el año 16 d.GH., después de Gran hermano. Los espectadores que van teniendo una edad respetable, que crecieron viendo otra televisión en la que el entretenimiento eran concursos donde se aprendían cosas, todavía conciben la llegada de GH como un antes y un después, el día en que cambiaron muchas reglas del juego. Desde entonces, pegadas a la pantalla, han crecido generaciones para las que Gran Hermano no es ninguna suerte de experimento sociológico ni un formato transgresor. Para muchos es simplemente lo normal, aquello que avivará la nostalgia de la tele de su juventud.

De los nuevos ejemplares de la grey de Vasile que acaban de entrar en el redil con la esperanza de un futuro próspero en algún otro programa, muchos contaban los días para cumplir los dieciocho y hacer realidad su gran sueño. ¿Tener plaza en una buena universidad? No. ¿Encontrar un trabajo digno? Ni hablar. ¿Poder votar en las próximas generales? ¿Sacarse el carné de conducir? ¿Opositar? Bobadas. Maduraron, es un decir, sabiendo que lo primero que harían con su mayoría de edad recién estrenada sería inscribirse en la casa de Guadalix, según constataron los responsables del casting.

GH ya es un clásico que peina canas, como Mercedes Milá en esta edición. El grado de veteranía y el respaldo del público español le han dado el espaldarazo necesario para enseñar de una vez sus cartas y poner fin al mito de la telerrealidad. Los concursantes siguen llegando cada vez más resabiados, conscientes de que para sobrevivir hay que dar espectáculo del chungo. Así que esta vez ya nada es espontáneo. Todos fingen de manera oficial.