Creíamos que habíamos visto todos los capítulos, pero justo nos habíamos perdido el más importante. Tuvo que haber uno en el que se nos escapó la verdadera esencia de Cuéntame. Lo sabemos ahora en que por fin se han mostrado como una familia. Como la suya, como la mía, en donde cuecen habas, donde los silencios hablan más que las largas chácharas de sobremesa, donde si las miradas matasen fulminarían a los de al lado, justo al que se sienta a comer el domingo del mismo pan. Los hijos descarados, los padres abusones, las injusticias del y tú más. ¿A quién quieres más a mí o a mi hermana? ¿A Inés, la buena, o a Inés, la mala? Y mira que nos fueron dando pistas, que ese papel era tan turbio como para desestabilizar a cualquiera: ahora hippy, ahora yonqui, ahora me caso con un cura, ahora tengo un hijo y me separo, ahora me quedo viuda, ahora la monto tan bien montada que me recordarán para el resto de la vida. Es el mejor papelón de Pilar Punzano (no le conocíamos otro); más allá de su razón, trascenderá para siempre como Inés la mala, la que removió los cimientos de nuestra familia perfecta. Ella, como en los clanes auténticos, es la que marca la herida. La vida antes de Pilar y de después de Pilar es otra. No podremos volver a ver Cuéntame con ojos ideales, porque, como en todas las casas, en la de los Alcántara algo huele realmente mal.