Lo que no se ve de «MasterChef»

pilar salas MADRID / EFE

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Encerrados en una casa de la que solo salen los dos días de rodaje, los concursantes evitan confraternizar con el jurado

01 may 2015 . Actualizado a las 05:00 h.

Ajenos al revuelo originado por el trato del jurado a algunos concursantes, en el plató de MasterChef continúa a un ritmo agotador la grabación de los nuevos programas, que se emiten dos meses después, de forma que ni las audiencias ni las críticas influyen en su desarrollo. Los concursantes, elegidos en un también cuestionado cásting, desconocen la polvareda. Desde que a finales de febrero comenzó la grabación de los 13 programas de esta tercera temporada viven enclaustrados en una casa a las afueras de Madrid, sin Internet, teléfonos ni televisión, explican desde la productora, Shine Iberia, responsable del programa que se emite los martes en La 1.

Salen los dos días de rodaje en los estudios Buñuel de RTVE y uno más para las pruebas en el exterior, en las que intentan eludir el delantal negro que les envía directamente a la prueba de eliminación. También para recibir formación de profesores del prestigioso Basque Culinary Center de San Sebastián, del jurado y de otros expertos. En la casa cocinan ellos.

No tienen ni idea de la tormenta desatada en las redes sociales con el «león como gamba» que dio pasaporte a Alberto, ni vieron tampoco su llantina posterior, porque eso se graba en una sala a la que solo tienen acceso cuando son expulsados.

Sí escucharon los duros calificativos que el jurado dedicó al engendro culinario. Y presenciaron cómo se instó a otro aspirante, Pablo, a comerse una patata que había dejado cruda, algo que parte del público interpretó como una humillación. ¿Se hubiera comido Jordi Cruz la patata de haber sido Pablo? «Si me dicen que me la coma, me la como. Un cocinero no puede servir algo que no se comería. No hay mejor manera de enseñar. No lo hicimos por humillarlo, no es nuestra intención humillar a nadie», responde Cruz en un descanso de la dura grabación.

En ese momento se produce uno de los pocos encuentros que los aspirantes tienen con sus jueces; evitan una confraternización que podría afectar a la imparcialidad. Se saludan con cordialidad y entre risas, apenas unos instantes, y no muestran atisbos de que se sientan denigrados con el trato que reciben.

Los concursantes están relajados e intercambian bromas en los descansos de unas jornadas de grabación que duran unas ocho horas, aunque pueden prolongarse hasta las diez o doce.