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La angustia

Ángel Paniagua Pérez
Ángel Paniagua LA TRAPALLADA

OCIO@

31 jul 2015 . Actualizado a las 05:00 h.

Creí morir. Fueron pocos minutos, tal vez cinco o seis, no estoy seguro. Pero fueron angustiosos. Hay quien dice que en esos momentos todo se detiene, que ves una luz y que te dejas llevar. En mi caso no fue así. Todo se aceleró. Mi vida empezó a dar vueltas frenéticamente y la vista se me nubló. Con un zumbido en los oídos, eché la rodilla al suelo y noté la camisa empapada en la espalda, ya pegajosa. «Chaval, ahora sí que la has liado», me oí decir. Más tarde supe que era mediodía. Las tragedias no descansan ni a la hora de comer. Yo estaba a punto de salir cuando, en un golpe del destino, mi teléfono móvil dejó de funcionar. Su pantalla se presentaba negra como un pozo. ¿Se imaginan el drama? Probé a dejar pulsados todos los botones a la vez durante medio minuto -ojo-, pero nada cambiaba. Fue entonces cuando tuve que echar la rodilla al suelo, con el corazón a 150. ¿Y si alguien me escribe un correo? ¿Y si me llaman? ¿Y si me mandan un mensaje y no contesto? ¿Voy a pasarme dos horas del mediodía sin actualizar el correo, sin entrar en Twitter, sin comprobar el muro de Facebook, sin cotillear en Instagram, sin consultar el correo electrónico, sin leer las ediciones digitales y, ahora entenderán mi angustia, sin actualizar el Whatsapp -toquecito abajo a la pantalla, toquecito abajo a la pantalla...-? ¿Qué haré mientras como? Pero repentinamente, como por arte de magia, la pantalla del móvil emitió luz. Vivía. Y yo respiré.