«Sé que llegaré pronto al final de mis días, pero no me obsesiona»

Virginia Madrid

FUGAS

CEDIDA

Es uno de los grandes de la interpretación y a sus 87 años no piensa en despedirse de los escenarios, porque «me apasiona tanto este oficio». Personajes cientos, pero todos le recordamos por su entrañable Nino en «El hijo de la novia». Actor con mayúsculas en cine, teatro y televisión y Goya de honor a toda una carrera. Setenta años dedicados a emocionar al respetable. Nostálgico y futbolero como buen argentino que es, ahora triunfa sobre las tablas con la obra de teatro «El padre», donde interpreta a un enfermo de alzhéimer.

09 dic 2016 . Actualizado a las 05:30 h.

Es el abuelo que a todos nos gustaría tener. Todo en él es calidez, cercanía y amabilidad. Tiene mucha presencia y hace gala de un gran sentido del humor. Como padre se siente orgulloso de que sus hijos (Ernesto y Malena) son sobre todo buena gente, además de excelentes actores, y confiesa: “Soy abuelo consentidor y con mucho gusto”. Sobre su nuevo personaje, el paso del tiempo, su despedida de los escenarios y sus placeres cotidianos charlamos con él una soleada mañana de otoño en Madrid.

-Menudo éxito que está teniendo con la obra “El padre”. ¿Qué siente cuando ve un teatro en pleno en pie aplaudiéndole sin parar durante largos minutos?

-Una satisfacción tan grande que es difícil plasmarlo con palabras. Sucedió en Barcelona en muchas funciones y también aquí en Madrid y sentí un grandísimo orgullo. Cuando ves como el telón se cierra de guillotina (de arriba hacia abajo) y descubres al público en pie regalándote una gran ovación es precioso.

-¿Cuál fue su primera reacción tras leer el texto de El padre?

-Desde el primer momento, la historia me sedujo mucho, porque está escrita desde la mente del protagonista, un enfermo de alzhéimer. Además, es un texto muy entrañable donde hay momentos en que el público ríe y hay momentos en que se emociona. Es complejo, pero te lleva a entender mejor qué les ocurre a estos enfermos que pierden la memoria.

-Ya se había acercado a esta enfermedad como actor antes de abordar este personaje en el teatro.

-Sí, fue en la película El hijo de la novia. Yo hacía de un marido cuya esposa, que interpretaba Norma Oleandro, padecía alzhéimer. El director Juan José Campanela tenía a su madre enferma de esta enfermedad en una residencia y una tarde fuimos a visitarla. Dimos un paseo con ella y recuerdo que, de repente, ella exclamó: ¡Ay, si me viera mi papá! Le preocupaba lo que pensaría si la viera con dos hombres, uno en cada brazo y comenzó a llorar. Lo expresó con tanta verdad y tanta angustia a la vez, que me asusté mucho. El enfermo cae en un pozo negro que va difuminando su vida poco a poco y de la que solo tiene retazos. Es una enfermedad terrible. Pero sufren más los cuidadores, la familia y los amigos, que el propio enfermo. Es muy triste y doloroso para ellos.

-Un montaje teatral en el que vuelve a trabajar con el director José Carlos Plaza.

-Cuando hicimos En el estanque dorado nos entendimos a la perfección y eso es esencial para mí a la hora de trabajar. Además, de que tiene mucho talento, es un amigo estupendo. Y el resto del elenco es fantástico y lo pasamos muy bien.

-Con este personaje tiene la excusa perfecta, ya que si se le olvida alguna frase del texto, el público ni lo nota.

-¡Ja, ja, ja! Es cierto. Esta es una de las ventajas de interpretar a este personaje tan entrañable que duda de todo ante la pérdida de la memoria. ¡Pobre hombre!

-¿Perder la memoria es lo peor que le puede pasar a un actor?

-Desde luego. Tiene que ser desesperante y muy frustrante, porque no te queda otra que reconocer que ya no puedes seguir trabajando. Algo parecido debe suceder cuando a un actor le falta la movilidad y necesita ayuda para desplazarse. Tiene que ser horrible.

-¿Qué le empuja a seguir subiéndose al escenario con tanto brío y entusiasmo?

-La energía se adecúa a la edad, no te creas. Sigo con mucha ilusión e interés. Entonces, ¿por qué parar? Además, si me ofrecen un proyecto que me gusta, interesante, divertido y que me va a permitir conocer a personas extraordinarias, no puedo decir que no.

-Usted no para de embarcarse en nuevos proyectos, mientras que muchos actores lamentan la falta de personajes mayores en el teatro, series o películas.

-Eso sucede sobre todo en el cine y la televisión, que está repleta de gente joven y guapa. Pero el teatro quiere y crea personajes para los veteranos, para los mayores. ¡Yo vivo en el teatro!  

-¿Ha pensado ya en despedirse de los escenarios?

-¡Claro! Si tuviera una jubilación como la de los políticos, dejaría de trabajar ya y me dedicaría a viajar, pero no me lo puedo permitir. Además, me apasiona tanto esta profesión.

-¿Siempre quiso ser actor?

-(Silencio) No lo sé, la verdad. A los once años descubrí que se me daba bien entretener a los chicos y mayores, que se reían con mis gracias y se lo pasaban bien. Y desde aquellos recuerdos de niñez en el colegio y de los primeros grupos de aficionados de teatro en los que participé han pasado ya setenta años dedicados al oficio de actor.

-¿Le pesan sus estupendos 87 años?

-¡Ja, ja, ja! Por supuesto. Prefería haberme quedado en los cuarenta con mi mujer, y cuando mi hijo Ernesto era pequeño. Fue una etapa preciosa. Pero la vida avanza a grandes pasos. No me gusta lo rápido que pasa el tiempo. Además, a medida que vas cumpliendo años, te van regalando condecoraciones. Te empiezan a llamar don Héctor, jefe o patrón. Y un día descubres que eres mayor cuando te ceden el paso para subir al autobús o al salir de un restaurante. Ese día no queda otra que aceptar los años que tiene uno.

-¿Qué es lo peor de hacerse mayor?

-Perder el sentido del humor y no tener curiosidad por la vida. Yo lo conservo y me siento muy afortunado.

-¿Por qué pierde la sonrisa Héctor Altero?

-Me saca de quicio la prepotencia, la intolerancia y todas esas injusticias que uno lee en el periódico o escucha en la radio. Sin embargo, me pierde y me conquista la espontaneidad de la gente. Cuando caminando por la calle, alguien se me acerca amablemente y me cuenta que les entusiasmó un personaje mío y me cuenta lo que sintió, no puedo evitar emocionarme.

-¿Le asusta el paso del tiempo?

-Sí, pero no me obsesiona. Sé que llegaré pronto al final de mis días, pero no me preocupa ni pienso en ello. Yo vivo al día, voy al teatro, salgo a pasear con mi mujer, quedo a comer con mis amigos y disfruto de una buena comida.

-Cuando echa la vista atrás, ¿qué reflexión hace de su trayectoria vital?

-(Silencio). A lo largo de mi vida, siempre he procurado no repetir los mismos errores, porque eso produce mucha inseguridad y he huido de ello. Por otra parte, mirar atrás significa darse cuenta de lo rápido que se me ha pasado la vida.

-Por cierto, ¿qué tal ha sido usted como padre?

-He sido un padre normal. Siempre he procurado no ser tan severo como lo fue mi padre. Parece que fue ayer cuando cogía de la mano a mi hijo Ernesto, que tenía cuatro años, y cruzábamos Bravo Murillo, la calle del hostal en el que vivíamos, y me decía “¿papá en qué idioma hablan?”, porque no entendía muchas palabras. Son recuerdos entrañables y lejanos que también han pasado volando.

-Lo cierto es que sus hijos, Ernesto y Malena, han seguido sus pasos en el mundo de la interpretación.

- Pues sí. Y eso que intenté que no fueran actores. Yo quería que ellos estudiaran, que tuvieran la carrera que yo nunca tuve, que les diera seguridad, pero no hubo forma. Ya de chicos vislumbré que lo de la interpretación les gustaba y les atraía. Cuando eran adolescentes se venían conmigo en las giras y se divertían de lo lindo en el teatro, jugando en los camerinos, disfrazándose. Pasó el tiempo y se hicieron mayores. Cuando decidieron hacerse actores, di un paso atrás y tuve que respetar su decisión. Hoy, son excelentes actores y poco a poco se han ido labrando una buena carrera. Como padre, de lo que más orgulloso me siento es que son muy buena gente, son buenas personas.

-Y, ¿qué tal se le da lo de ejercer de abuelo? ¿Es del tipo consentidor o es más bien severo y estricto?

-Soy abuelo consentidor y con mucho gusto. Tengo que reconocer que nuestra nieta Lola es la alegría de la casa. Tanto a mi mujer como a mí, la niña nos llena de dicha. Es un autentico sol. Ahora estamos un poco tristes, porque ya está con la adolescencia y la empezamos a perder. Es el tiempo de las amigas y de salir, es la vida.

-¿Qué le hace feliz hoy?

-Estar con mi familia, el teatro, los placeres cotidianos de la vida como ir al cine, y salir a cenar con mi mujer.

-Como buen argentino…

-Me gusta el tango, porque es nostálgico y me retrotrae a mis orígenes y por supuesto soy muy futbolero.