¿Es Pontevedra el paraíso que pinta «The Guardian»?

l.v. / s.r. / r.l. PONTEVEDRA / LA VOZ

SOCIEDAD

Lucía Vidal / Senén Rouco / Ramón Leiro

Los turistas son unánimes al alabar la peatonalización de la ciudad, pero entre los vecinos hay alguna crítica

05 nov 2019 . Actualizado a las 10:59 h.

Pontevedra «es un paraíso». Lo publicó el periódico británico The Guardian. Pero hasta los edenes tienen sus cosas cuando se vive en ellos, aunque luego, más allá de pequeñas críticas, realmente acabe concluyéndose que son eso, paraísos. Los pontevedreses adoran su ciudad, pero la percepción que tienen de una capital que redujo su tráfico urbano en un 60 % es muy diferente a la de algunos peregrinos que la cruzan mientras hacen el Camino portugués o a la de los turistas que recalan en las calles del casco histórico para admirar la iglesia de la Peregrina. Mientras el grado de satisfacción de los primeros con una medida que ha obtenido reconocimientos en puntos tan diversos como Norteamérica o Hong Kong es de 8 a 10, la de los segundos es 10 sobre 10. Al menos es la percepción que transmiten los comentarios recabados ayer en una encuesta realizada ayer a pie de calle en las calles del centro de la ciudad.

Porque para lograr esa «paz» de la que hablan los reportajes publicados en el extranjero, los habitantes del área metropolitana han tenido que acostumbrarse a caminar. «Para la gente que venimos de fuera es complicado encontrar donde aparcar. Soy de Poio. Lo que hago es venir andando. Me lleva quince minutos», dice una joven que rondará la veintena y que reconoce que en Galicia la gente está mal acostumbrada porque quiere aparcar el coche justo delante del lugar al que va.

Los que residen más lejos, en cambio, reclaman más plazas de párking disuasorio. Pero los que trabajan o viven en la ciudad no tienen tanto problema. Un hombre de mediana edad pone ventajas e inconvenientes en una balanza. Ganan los pros: «Desde que se han retirado los coches del centro hay menos contaminación. Además, es una ciudad muy manejable y cuando no camino, uso la bici», dice.

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Y mientras una jubilada se queja de la falta de una industria potente y que los comercios del casco histórico han perdido clientes porque no llegan los coches a sus puertas, la dueña de una agencia inmobiliaria del centro comenta todo lo contrario: «Estoy encantada, tranquila. Imagínate que no muevo el coche del garaje. A veces me llaman del aparcamiento para comprobar que esté bien porque no he movido el coche en nueve meses».

Algunos ven su ciudad como una terapia. Una mujer viuda, vecina de toda la vida, recuerda que fue Pontevedra la que la ayudó a superar el duelo. ¿Cómo? No llamaba a sus amigas por teléfono, salía a la calle para dar una vuelta y las encontraba. Era un modo de salir de casa.

Y un peregrino madrileño de paso en Pontevedra recuerda cómo ha cambiado la ciudad en dos décadas: «Había venido hace más de veinte años, no recuerdo detalles de entonces, pero ahora solo veo una ciudad maravillosa, limpia. Me ha encantado porque puedes pasear».

Para el que no haya estado nunca en Pontevedra parece que no le queda otro remedio que ir para comprobar de primera mano hasta qué punto Pontevedra es, o no, el paraíso.

Un cambio radical que arrancó hace diecinueve años

Pontevedra inició su transformación urbana en 1999. La filosofía es eliminar el tráfico de paso, recuperar para las personas espacios que eran territorio de los coches -como todo el centro histórico, hoy peatonalizado-, y primar los desplazamientos a pie. El Metrominuto, la limitación de la velocidad máxima a 30 kilómetros por hora o las calles de plataforma única son algunos de los hitos de la ciudad hoy copiados a lo largo de todo el mundo.