Las ciudades sumergidas

Miguel-Anxo Murado
Miguel-Anxo Murado ESCRITOR Y PERIODISTA

SOCIEDAD

Ed

La sequía tiene a pesar de todo sus detalles mágicos. Se vio estos días en Portomarín

14 ene 2017 . Actualizado a las 09:49 h.

La sequía tiene a pesar de todo sus detalles mágicos. Se vio estos días en Portomarín. Se apartaron las aguas y reapareció el viejo Portomarín sumergido hace medio siglo por la construcción del embalse de Belesar. Los restos que asoman ahora en la seca, las piedras del viejo molino, el puente romano, la barca agujereada y hundida, parecen salir del olvido más que del agua. Son como un poso que queda al evaporarse el aguardiente. Cuando se trasladó la villa a lo alto, piedra a piedra, se hizo un esfuerzo por mantener su forma. Así que estos días los dos Portomarines se miran como dos hermanos separados hace décadas y reunidos de repente, como en el Menecmos de Plauto. Uno ha prosperado y el otro ha sufrido la erosión del tiempo y del agua, pero a pesar de las arrugas hay un parecido.

Como muchos, he paseado en barca por las aguas límpidas del Miño en Portomarín, mirando hacia abajo para adivinar, como a través de un cristal empañado, los contornos de lo que fue y no es. Tarareaba la sección central de La catedral sumergida, de Debussy, y oteaba las sombras que se agitaban en el fondo.

¿Por qué nos fascinan las ciudades sumergidas? Quizás porque hay algo atávico en el deseo de vivir bajo el agua. En Galicia, sobre todo, la «cidade asolagada», la ciudad sumergida, es un clásico. Haciendo un censo apresurado, me salen más de setenta de estas ciudades imaginarias en lagos, lagunas o a orillas del mar, muchas de ellas llamadas Valverde o Lucerna y casi todas inundadas como castigo por la maldad de sus habitantes. Hubo una Gomorra en Corcubión que fue destruida porque sus vecinos se dieron una comilona descomunal. La mítica Beira se hundió en la Laguna de Cospeito para fustigar su idolatría. La Antioquía de Antela acabó en el fondo de la laguna por adorar al gallo (lo que hace que uno se pregunte cómo pudo Dios perdonar a Barcelos en el vecino Portugal).

Más frecuentemente, el castigo es por denegar auxilio al Apóstol, como en Estabañón; o a Jesucristo, como en Doniños; o a la Virgen, como en Corme; o a los dos, como en Maside. Entonces la Virgen pronuncia una maldición en la lengua de los más humildes, el castrapo: «Lago, te sulago, lo de enriba para abajo». Solo se salva una pastorcilla que había partido con ella su pan con chorizo.

Murguía dedujo sagazmente por qué tantas de estas localidades desaparecidas se llamaban Valverde o Lucerna. En la Crónica de Turpín francesa se cuenta el triste destino de la ciudad sumergida de Lucerna, en el Valle Verde. La historia era tan buena que vino por el Camino de Santiago y se filtró a la imaginación del pueblo. El temor a una catástrofe natural es instintivo en el ser humano y la necesidad de explicarlo conduce a la idea de culpa colectiva. Las ciudades sumergidas de Galicia son miedos escondidos bajo el agua, que es como decir en el subconsciente.

Pero con frecuencia la realidad es lo contrario de los miedos. Difícilmente Portomarín, la ciudad de los Caballeros Hospitalarios de Malta, refugio de peregrinos, puede haber negado alojamiento a nadie, y menos a los santos. Aunque, por otra parte, en un sentido distinto, quizá sí se pueda decir que la injusta muerte por ahogamiento del viejo Portomarín fue la consecuencia de otro pecado colectivo de todos nosotros: el afán de progreso, que es una necesidad destructiva del ser humano.

Volverán las lluvias y el agua dulce volverá a cubrir el viejo Portomarín. Como en las leyendas de ciudades asolagadas, puede que se escuche en el silencio de la noche, el tañido de una campana bajo el agua o el canto de un gallo. Y eso es todo.