«Eu non teño que ir a un cemiterio se non quero»

Rosa Estévez
R. Estévez VILAGARCÍA / LA VOZ

SOCIEDAD

MARTINA MISER

Aurelio Cordo sufrió un robo en el 2015 en el que los cacos se llevaron la urna con las cenizas de su mujer

26 oct 2016 . Actualizado a las 05:00 h.

En enero se cumplirán dos años del robo. Arrancaba el 2015 cuando los ladrones entraron en la casa de Aurelio Cordo, un vecino de Valga, y se llevaron 300 euros, algunas joyas y un recipiente de madera labrada que debieron confundir con un joyero. En realidad, era la urna en la que descansaban las cenizas de su mujer, Nelita. Ella había muerto dos meses antes, tras una penosa enfermedad. «Ela quería quedar na casa, así que a furna quedou aquí. Falaramos de esparcilas pola horta, pero pensei que era mellor deixalas dentro da casa», encima de un mueble. De allí no se habrían movido si los ladrones no se hubiesen cruzado con la urna y la hubiesen confundido con un joyero. 

Aurelio se ha quedado perplejo ante las nuevas directrices marcadas por el Vaticano sobre qué se puede hacer, y qué no, con las cenizas de un familiar fallecido. «Cada vez hai máis leis ás que non lles atopo o sentido», razona este vecino de Valga. Si su mujer quería permanecer en su casa, «¿por que non había quedar? Mal non lle fai a ninguén», explica.

Asegura Aurelio que «só faltaría que unha persoa non poida decidir onde quere estar», donde quiere pasar la eternidad. O que vengan de fuera a señalarle el lugar que tiene que ocupar, en el que ha de ser recordado y homenajeado por los suyos. «Que non che permitan ter as cinzas na casa non ten sentido. Eu non teño que ir a un cemiterio se non quero ir», dice, rotundo, este valgués.

Dos años después, sigue sintiendo el dolor por la pérdida de los restos de su esposa. Tras su desaparición, Aurelio quiso confiar en que los ladrones, tras comprobar que se habían equivocado, le devolverían la urna. Pero no fue así. «Non volvín saber nunca nada máis», señala. Y eso que él, con ayuda de amigos y vecinos, se cansó «de mirar por canto camiño hai. Por pistas, entre as leiras, polo monte...». Incluso recurrió a todos sus conocidos cazadores para que estuviesen atentos por si los cacos habían decidido abandonar su extraño botín en alguna pista forestal. Todos los esfuerzos fueron en vano. «Por máis que buscamos, non atopamos nada», relata este hombre. El paso del tiempo apenas ha mitigado el dolor. «É unha situación fastidiada», dice Aurelio, con ese tono resignado de quienes se han empezado a acostumbrar a convivir con la pérdida.