Desmelenados, pero menos

Rita A. Tudela LONDRES

SOCIEDAD

Las medidas de seguridad restan frescura al Carnaval de Notting Hill

29 ago 2016 . Actualizado a las 05:00 h.

Hace 50 años, el oeste de Londres veía la puesta en marcha de una fiesta en la calle para celebrar la cultura caribeña. Era la respuesta de esa comunidad ante el brutal asesinato en Notting Hill de un carpintero, el emigrante Kelso Cochrane, natural de Antigua, en medio de fuertes tensiones raciales y de prejuicios de los blancos contra los negros. Esa pequeña celebración fue poco a poco ganando apoyos y asistencia, hasta convertirse en la actualidad en un ejemplo de multiculturalidad en la capital británica y en el mayor carnaval de las calles de Europa. Pero en esta edición, cuando se cumple su medio siglo, muchos creen que el espíritu de los inicios de Notting Hill se ha diluido demasiado, en medio de las estrictas regulaciones y las fuertes medidas de seguridad.

Hasta que el cuerpo aguante

Son dos días de fiesta -la jornada de ayer estaba más centrada en familias con niños- en las que se espera la asistencia de más de un millón de personas. En diferentes calles del barrio están posicionados una cuarentena de sistemas de sonido, junto a los cuales se reúnen grupos de amigos bailando hasta que el cuerpo aguante. Uno de los disyoqueis participantes es Alistair, quien lamenta los pesados trámites y permisos que supone participar en el carnaval. «Cada día son más. Ahora todo está regulado y la policía tiene protocolos para todo», se queja mientras reconoce que echa de menos la simplicidad del pasado. Además, Alistair pudo tocar ayer solo hasta las siete de la tarde. Sus quejas no son únicas, también las comparten otros comerciantes y participantes, apuntando que es prácticamente imposible vender ni siquiera silbatos o banderas de los países caribeños sin tener una licencia.

Los detractores

Ya nada les parece natural. Y encima el carnaval también tiene sus detractores. Los dueños de algunas viviendas y tiendas deciden sellar con grandes tablones las entradas y fachadas de sus edificios. Quieren evitar que los juerguistas terminen orinando en sus puertas, pero también prevenir robos, pues los casos de delincuencia se disparan. Además, el rechazo de la diputada de la zona, la conservadora Victoria Borwick, a que el carnaval siga ocurriendo en las calles del código postal W11 en Londres tampoco es un secreto.

Mientras, las autoridades ponen en marcha un dispositivo de seguridad en el que incitan a la gente a acudir sin objetos de valor, con pocas posesiones y recordando la existencia de carteristas. En total, más de siete mil agentes vigilarán las calles este año, para evitar una repetición de los incidentes de 1977, cuando hubo lanzamientos de botellas y piedras y la fiesta acabó con la intervención policial.

Participantes veteranos

En el desfile de ayer participó Sheaon, una jamaicana que lleva viniendo al carnaval desde hace una década. Va bailando junto a un grupo de niños que llevan el ritmo en las venas y posan atrevidos para fotógrafos y curiosos. «A esta fiesta vengo vestida como no lo hago nunca en esta ciudad, aquí respiro libertad», subraya Sheaon.

Desde Amsterdam

A escasos metros, en la audiencia destaca Frank, pasa de los 60 y va vestido de blanco impoluto y con varias cadenas doradas. Se ha desplazado a Londres este fin de semana desde Ámsterdam para disfrutar del carnaval, una cita que procura no perderse nunca. La gente no para de tomarse fotos con él, una popularidad que Frank acepta con gusto, mientras reconoce como el espíritu de las calles debería seguir siendo la música, conocer otras culturas, probar nuevas comidas «y no dejar de sonreír».