Del Miño al Eo en un cuarto de hora por la sierra de Meira

SOCIEDAD

ALBERTO LÓPEZ

Las subidas y bajadas de la sierra de Meira obligan a circular entre curvas y con precaución, pero a cambio regalan parajes de interés

25 ago 2016 . Actualizado a las 05:00 h.

Si nos fijamos en sus lugares de nacimiento, no hay duda de que el Miño y el Eo son vecinos: el primero echa a andar por el Pedregal de Irimia, a pocos kilómetros de Meira, y el segundo, un poco más al sur, en Fonteo (Baleira). Su vecindad se nota sobre todo en sus inicios, aunque luego sus caminos se alejan.

El Miño, tras hacerse mayor en la Terra Chá, acaba en el Atlántico entre A Guarda y Caminha, asomado al charco que tantas veces han cruzado los gallegos, animados por el afán de aventura, empujados a la emigración o forzados al exilio. El Eo, sin hacerse tan grandullón como su paisano, llega al Cantábrico entre Ribadeo y Castropol, allí donde las fincas, mar por medio, limitan al norte con Inglaterra y donde la niebla es a veces la misma que la de Londres.

Aunque destinados a marcar los límites opuestos de Galicia, uno al sudoeste y otro al nordeste, es posible observar el cauce de ambos ríos -antes de que sus destinos se alejen para siempre, como si la geografía imitase a veces la letra de un bolero- con apenas un viaje de un cuarto de hora de trayecto y con otros interesantes alicientes. Las subidas y bajadas de la sierra de Meira obligan a circular entre curvas y con precaución, pero a cambio regalan parajes de interés.

Parque e iglesia

A su paso por Meira, el cauce del Miño va por un parque que ha ido creciendo en los últimos años y que es toda una agradable tentación para olvidar las prisas y contemplar tranquilamente el fluir de las aguas. Mucho más antiguo, del siglo XII, es el origen del gran símbolo arquitectónico y artístico de la villa, su iglesia: pertenece al conjunto de una antigua abadía benedictina, y llamarle joya románica no es novedad y sí acto de justicia.

A pocos metros de la fachada del templo sale la carretera LU-751, que en menos de un cuarto de hora pone al viajero en Chao do Pousadoiro, capital de Ribeira de Piquín. Una subida y una bajada por las dos vertientes de la sierra de Meira, con curvas y sin las rectas de la cercana Terra Chá, permiten llegar a un entorno en donde el silencio y el sonido del Eo conforman una banda sonora muy apetecible. No menos apetecibles, sobre todo para aficionados a la pesca fluvial, son las aguas del Eo, conocidas por sus truchas.

Leyendas

Al ir o al volver, es aconsejable apartarse de la ruta e ir al Pedregal de Irimia, de donde el Miño parte para hacerse mayor y conocer otros ríos que con sus aguas le ayudan a convertirse en patriarca fluvial de Galicia. Las vistas sobre la Terra Chá son amplias, y al terreno, faltaría más, no le faltan leyendas relacionadas con el nacimiento del Miño. Muchas sensaciones, pues, con poco avance del cuentakilómetros.