«Vin que o final non estaba lonxe»

J. M. SANDE MUROS / CORRESPONSAL

SOCIEDAD

Nacho L. Tella / Marco Gundín

Agustín Louro Lago salvó la vida cruzando la ría de Muros-Noia a nado

03 may 2016 . Actualizado a las 22:01 h.

Atrevido, héroe, irresponsable o afortunado. Uno o varios de estos calificativos podrían aplicarse a Agustín Louro Lago, quien el pasado sábado al anochecer cruzó a nado la bocana de la ría de Muros, cerca de diez kilómetros, si la aventura hubiese sido voluntaria, pero no lo fue. El joven submarinista quería celebrar como se merece el Día de la Madre. Para ello, nada mejor que capturar un par de sargos en O Neixón, en las proximidades del faro de Louro, porque la pesca a pulmón es para él rutinaria. Empezó a practicarla siendo un niño, y ahora lo hace de forma profesional en el marisqueo. Pero el sábado no contó con las adversidades que incluso atenazan a los más avezados submarinistas: la cuerda de la boya de supervivencia se le enganchó a una roca y el percance pudo costarle la vida.

Agustín Louro, de 43 años de edad, no recuerda bien lo que sucedió, después de luchar por librar el cabo de la boya de las rocas: «Igual traguei demasiada auga; só lembro que de súpeto atopeime na superficie, desprendéndome dos apeiros de pesca, chumbos e demais elementos de submarinismo. Entrei nun estado de semiinconsciencia, agarreime á boia e así pasei un tempo. Miraba, aínda preto, o faro de Louro, pero non podía nadar. Así deixeime ir, ata que dei cunha boia de aparellos de pesca. Alí descansei, e coido que recuperei a consciencia total. Pasou un veleiro preto de min, pero non me viu. Xa anoitecía, empecei ver as luces dos que, sen dúbida, me buscaban, e vin que o final non estaba lonxe, aínda que tiña que loitar».

Después de comprobar la inutilidad de nadar hacia Louro, pues el viento y las corrientes marinas le arrastraban hacia la otra margen de la ría, puso sus ojos en Porto do Son. Una luz en una playa fue su destino, y hacia allí comenzó a nadar, aunque el arenal estaba lejos, muy lejos para conseguir su objetivo. Sus fuerzas comenzaron a menguar, los calambres asomaban a sus piernas y su cuerpo empezaba a ser víctima de la hipotermia. Su excelente preparación física, su capacidad para soportar las adversidades marinas y la práctica habitual de la natación no parecían suficientes para facilitar que Agustín llegase a tierra.

Postrado en la arena

No desfalleció, sabía que ya nadie podía ayudarle, y por ello, siguió nadando hacia tierra. Una nueva adversidad se interpuso en su destino: aunque nadaba hacia la playa, el oleaje lo condujo hacia una zona rocosa. Con el objetivo tan cerca, no podía abandonarse. Nadó con todas sus fuerzas para esquivar el acantilado, y de pronto se encontró postrado en un arenal, que resultó ser la playa sonense de Queiruga. No podía más. Su nunca buscada odisea había concluido. Intentó, sin éxito, ponerse de pie, y recuerda que se arrastró por la arena escapando del agua.

Las fuerzas fueron aflorando a medida que era consciente de su salvación. Así logro incorporarse y, aunque a duras penas, se puso de pie y comenzó a caminar hacia una pequeña casa con luz, en el borde del arenal. Era un bar. «Fun coma un aparecido, co traxe de neopreno, cambaleándome e dicindo que viña de Louro. Non me creron. Un cliente, vello mariñeiro, dicía que caería dun barco, porque é imposible atravesar a ría a nado. Nunca ninguén o fixo. O do bar chamou a emerxencias, e comezaron a atenderme. Un ATS que vivía alí dixo o que había que facerme. Todos viñeron na miña axuda. Teño que visitalos para agradecérllelo. Despois no hospital de Barbanza todo foron atencións».

Aún tiene el susto en el cuerpo, pero también la satisfacción de haber hecho una gesta para salvarse. En su larga etapa como submarinista recuerda algún sobresalto, aunque nada parecido a lo que vivió el sábado por algo tan trivial como enganchar el cabo de la boya de localización. Por ello, alerta a los que practican este deporte de que el mínimo detalle es importante.