Títeres de cachiporra

SOCIEDAD

Ed Carosía

Este juez que envió a la cárcel a los titiriteros nos recuerda aquella escena del Quijote en la que el hidalgo la emprende a golpes con los títeres de Maese Pedro porque no es capaz de distinguir la realidad de la ficción

13 feb 2016 . Actualizado a las 10:33 h.

Este juez que envió a la cárcel a dos titiriteros en Madrid por presunto enaltecimiento del terrorismo nos recuerda un poco aquella famosa escena del Quijote en la que el ingenioso hidalgo la emprende a golpes con los títeres de Maese Pedro, porque no es capaz de distinguir la realidad de la ficción y cree que allí se está cometiendo un desafuero. ¿No se quejaban algunos estos días de que no se estaba haciendo nada para recordar el cuarto centenario de la muerte Cervantes? Pues ahí tenemos un homenaje cervantino, aunque seguramente sea involuntario y bastante desafortunado.

Una vez que pase el alboroto, el asunto quedará seguramente en nada. Desde el principio está claro que no hay tal apología del terrorismo sino, como le pasaba al Quijote, precisamente una confusión entre realidad y ficción. La pancarta de «Gora Alka-Eta» que aparecía en la obra no tenía un sentido positivo, sino al contrario -se la endilgaba una marioneta a otra para desprestigiarla-, con lo que no hay caso. El resto de la obra puede ser -y parece ser que era- un panfleto de mal gusto. Pero eso no es delito. Y en cuanto a si era inadecuada para los niños, no lo dudo, incluso sin verla. Raramente me he encontrado un espectáculo de títeres que me parezca adecuado para los niños; unos por ñoños, otros por brutales.

Me acuerdo, por ejemplo, de los títeres de mi infancia. Todos los años, por San Froilán, aparecía por Lugo el Mago Arós con su espectáculo, y los niños íbamos a sentarnos en el granito de la escalinata del obispado, en la plaza de Santa María, a esperar ansiosos la salida de Chacolí. Este era un niño-marioneta armado con una estaca consistente en lo que parecían dos palos gigantes de helado, y que era doble para que se oyesen bien los golpes. Y es que Chacolí era fundamentalmente un mamporrero. Con la excusa de liberar a la princesa Luzimilita, se dedicaba a arrear estopa a todo lo que se movía. Incluso de vez en cuando le caía alguna a su estrecho colaborador, el enanito Chocolate, por protestar. Cada vez que pegaba, Chacolí gritaba: «¡Toma, toma y toma!... ¡Y a la basura!», porque después de moler a palos a sus rivales los lanzaba sin ceremonias al cubo de desperdicios.

Nosotros, pequeños de entre tres y ocho años, nos regodeábamos con la venganza de Chacolí con el placer sádico de los espectadores del circo romano. A veces, cuando su principal antagonista, la bruja Candelaria, estaba ya medio muerta de los estacazos, Chacolí se volvía al público y preguntaba: «¿Queréis que le espachurre los sesos?». Y los niños gritábamos: «¡Siiiiií!». «No os oigo, no os oigo? ¿Queréis que le espachurre los sesos?». Y nosotros nos quitábamos la piruleta de la boca y nos desgañitábamos: «¡Siiiiií! ¡Despachúrrala!». Entonces Chacolí agarraba a la bruja y empezaba a golpearle la cabeza con furia contra la pared del teatrillo de guiñol. «Pum?. Pum? Pum?» sonaba el cráneo de la marioneta que, sin la mano del marionetista dentro, parecía realmente muerta. Qué nostalgia.

No sé. Creo que al juez del caso de los titiriteros de Madrid a lo mejor podría decírsele lo que dice Maese Pedro al Quijote en el capítulo XXVII: «No mire vuesa merced en niñerías, ni quiera llevar las cosas tan por el cabo, que no se le halle. ¿No se representan por ahí, casi de ordinario, mil comedias llenas de mil impropiedades y disparates, y, con todo eso, corren felicísima su carrera, y se escuchan, no sólo con aplauso, sino con admiración y todo?».

A lo que don Quijote, de repente sensato, responde: «Así es la verdad».