Los surfistas buscan la gran ola en el círculo polar ártico, en las islas Lofoten

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OLIVIER MORIN | Afp

El agua apenas tiene unos grados sobre cero, llueve y hace viento, pero el pequeño grupo se lanza al agua

04 may 2015 . Actualizado a las 05:00 h.

El agua apenas tiene unos grados sobre cero, llueve y hace viento, pero el pequeño grupo se lanza al agua. Lejos de las playas soleadas de California, estos incondicionales del surf tratan de cazar la gran ola en el círculo polar ártico. Situada en la misma latitud norte que Siberia o Alaska, la playa de Unstad, en el archipiélago noruego de Lofoten, es uno de los lugares preferidos de los surfistas que buscan destinos menos concurridos. Con un impresionante paisaje de cimas nevadas y montañas que se sumergen en el mar, gente de todos los rincones del mundo viene los 365 días del año, a veces con sus viejas caravanas hippies, para medirse a las grandes olas que nunca faltan a la cita. «Aquí suele haber buenas olas, el lugar es íntimo y el paisaje te deja sin palabras, con las auroras boreales, el sol de medianoche, la nieve...», explica Tommy Olsen, un vikingo de 45 años, y que lleva veinte de ellos sobre las tablas.

Dueño de un cámping de cabañas de madera de color rojo próximo a la playa, también es monitor de surf: «Todo el año no hago más que surfear, ya sea trabajando o en mi tiempo libre», confiesa. Tiene doble sesión cuando en verano el sol de medianoche inunda el lugar con luz permanente, permitiendo a los aficionados practicar este deporte tanto de día como de noche.

Lugar turístico por la naturaleza y la pesca, las islas Lofoten viven del mar. A tiro de piedra de la playa, miles de cabezas de bacalao se secan sobre grandes piezas de madera, esperando probablemente a ser exportadas a África, donde serán trituradas para convertirse en suplemento nutricional. Fue el suegro de Tommy Olsen el primero que tuvo la idea de introducir el surf en el archipiélago en la década de los años sesenta.

Tras volver de un viaje por el extranjero, Thor Frantzen y un amigo construyeron su propias tablas con poliestireno, papel de periódico mojado y pegamento. «No teníamos dinero en esa época», explica este pionero de 67 años. Medio siglo después, la playa de Unstad es un lugar de encuentro para surfistas venidos de todo el mundo para mantener el equilibrio en las aguas del Ártico.