«No me resigno a no montar en bici»

Susana Acosta
Susana Acosta ARTEIXO / LA VOZ

SOCIEDAD

MARCOS MÍGUEZ

Hace un año que un camión arrolló a Iván Montero. Ahora, en la misma fecha en la que el destino lo puso a prueba, presenta su libro «La vida después de la vida»

21 feb 2015 . Actualizado a las 11:47 h.

Iván Montero es un tío estupendo. Con mayúsculas. Es lo primero que uno piensa nada más conocerle, porque es muy difícil no emocionarse con su relato y mucho menos con su manera de afrontar la vida. El 28 de febrero se cumplirá un año desde que este vecino de Arteixo volvió a nacer. El destino lo puso a prueba cuando un camión lo arrolló, junto a un compañero ciclista, en la carretera de Cecebre, en Cambre. Iba en bicicleta y su fortaleza le sirvió para vencer la muerte.

Ahora, su vida es una lucha constante, pero él es fuerte y lo demuestra cada vez que puede. De ahí, el título de su primer libro, que presentará el próximo 28 de febrero en la librería Lume de A Coruña, La vida después de la vida.

«Nunca me vine abajo. Nadie me dijo que me iba a quedar así, me fui dando cuenta poco a poco. Y a partir de ahí solo pensé en cómo iba a superarlo y a plantearme las cosas que tenía que hacer. Lo que me había pasado ya no tenía solución. Y entre esas cosas surgió la idea del libro. Quería contar mi experiencia, no tanto lo que me sucedió, sino la manera de afrontarlo. Al final, todos tenemos dificultades», comenta, mientras su hijo Brais, de 14 años, lo escucha atentamente sentado en el sofá del salón de su casa.

Vencer sus miedos

El primer obstáculo fue vencer sus propios miedos, pero también las barreras arquitectónicas con las que se encontró nada más pisar la calle. «No hay nada adaptado. Y no te das cuenta hasta que te ves en esta situación. Pones todo de tu parte pero, a veces, resulta imposible superar todos las barreras», asegura este vecino de Arteixo, que reconoce que su vida siempre ha estado ligada a la bicicleta. «Yo creo que desde antes incluso de aprender a caminar», dice.

Por eso ahora no se da por vencido: «Me han dicho que es prácticamente imposible, pero no me resigno a no montar más en bicicleta. Por el momento, lo haré en hand bike. Un compañero me está ayudando a fabricar la primera que habrá en España. Me la está haciendo a medida. El objetivo es participar en las olimpiadas paralímpicas de Brasil del próximo año», asegura sin pestañear, a pesar de que ese esfuerzo le supondrá un entrenamiento de siete horas adicionales al día, además de las dos y media que ya le dedica a rehabilitación.

Otro de los hándicaps que se encontró fue el elevado coste del material que necesita. Solo las prótesis que tiene ya cuestan 115.000 euros. «Es muy costoso acceder a lo que hay. Tengo suerte de que me lo paga el seguro, pero estas prótesis valen para diez años. También tuve que dejar mi piso y mi coche», explica, sabedor de que uno de sus grandes pilares es su familia. «Ellos me vieron fuerte y eso también les animó, aunque cada uno lo llevase por dentro. Nunca quise que me vieran mal», asegura.

Respeto en la carretera

Iván ya no piensa en el accidente, aunque reconoce que nunca le gustó la carretera por la que iba aquel fatídico 28 de febrero: «Es un carretera con mucho tráfico y no hay arcén. Fuimos porque ya estaba el plan hecho», dice, mientras explica que ahora afronta la vida tal y como le ha venido, a pesar de ser consciente de que se deberían emplear más medios en concienciar a la gente: «No solo hay que enseñar a conducir, sino también a respetar a los demás en la carretera. No se piensan las consecuencias, pero si atropellas a alguien y queda mal, eso no te lo vas a quitar de la cabeza. Y, a lo mejor, es un conocido. Esas cosas pasan», subraya, aunque prefiere quedarse con todo lo bueno que también le ha pasado en este año: «He conocido a muy buena gente, personas por las que merece estar aquí y que te dan fuerzas para superarlo».

Mientras habla, su hijo lo mira de vez en cuando. A la pregunta de si se siente orgulloso de su padre, Brais responde un sí rotundo, que deja en silencio la habitación.

Iván se emociona. Sus lágrimas son de alegría. Y es que en amor y ternura no hay quien les gane.