¿Dónde se toma el mejor chocolate con churros de Galicia?

La Voz REDACCIÓN

SOCIEDAD

XOAN CARLOS GIL

Comienza la temporada y con ella los debates sobre las mejores churrerías. Te lo cuenta YES, la revista gallega de Gente, Creatividad y Tendencias

23 nov 2014 . Actualizado a las 10:33 h.

Quién nos iba a decir que cuando llega el calor apetecen churros. Tanto que es el mejor mes para los churreros. El que lo dice sabe bien de lo que habla. Fernando Bonilla, tercera generación de una empresa referente en lo que a churros se refiere. Aunque un día que caigan chuzos una buena taza de chocolate caliente y media docena de churritos sea el plan de muchos, se hace más caja durante todo el mes de agosto gracias a los turistas.

Aquí menos el 25 de diciembre y el 1 de enero todos los días se hacen unos 30.000 churros entre A Coruña y Ferrol. No es casualidad que el día de los churros por excelencia cierren. Se tiene montado cada follón el primer día del año en la churrería, llamando al camarero al grito de: «Queremos chocolate, queremos chocolate», que un día de descanso parece la mejor opción. Además, los tiempos han cambiado y ahora gracias a los churros congelados, que funcionan de maravilla, uno puede empezar el año, en casa o en las cafeterías que los encargan disfrutando de churros Bonilla. «Los congelamos una vez fritos, y los repartimos en hoteles para fiestas, y se pueden vender cerca de 100.000 churros ese día», explica Fernando. Hace años probaron el servicio a domicilio, «el telechurro», pero no tuvo éxito porque todo el mundo los quería a la misma hora y era imposible.

Dicen que no tienen ningún secreto para elaborar la masa dulce, más que una buena materia prima, pero lo cierto es que llegan a provocar verdaderas adicciones. Hay quien hace doblete y los desayuna y los merienda. ¡Qué empacho! Nos intenta convencer de que tienen muy mala fama como alimento y de que no engordan, pero a día de hoy no conozco una dieta que los incluya.

De México, de Japón e incluso un cliente que quería exportar la idea a Nueva York. Son mundialmente famosos, de hecho donde más se venden es en Cataluña. Hasta el famoso pastelero Oriol Balaguer cocina con ellos, (pero lo lleva en secreto). Fernando, que lo ha probado, dice que en Barcelona hacen una especie de take away con helado «que no está nada mal».

Agua, harina y sal. Sí, pero el debate está en la calle, porque los de Bonilla no saben igual que los de El Timón. Hace falta aclarar que la rivalidad es puramente urbanística, en una calle de A Coruña coinciden ambos a cada extremo de la calzada, porque aunque no frecuenta la competencia reconoce que no están «buenísimos, sobre todo recién hechos, pero son otro tipo de churro». «Es una guerra pero sana porque nos llevamos muy bien». Al menos eso dice una parte.

La otra parte, es decir, Aurelio Esmorís, propietario de El Timón, tampoco entra en rivalidades. Pero, claro, defiende su producto como un manjar que ha estado en manos de su familia desde 1945, cuando era una churrería ambulante que se situaba en Riazor o en el Campo da Leña para ofrecer churros y copas de aguardiente. El oficio lo heredó de su padre, igual que el nombre de su establecimiento, que se debe a la forma en que entonces elaboraban los churros (a falta de otra maquinaria) utilizando un timón de barco para mover el émbolo. Aurelio sabe de lo que habla y lo dice como un gran titular: «El tamaño importa». Porque cuanto más gruesos y más grandes sean los churros más posibilidades hay de que la masa se impregne de aceite. Los de El Timón son, por eso, una delicatesen pequeña y delgada que la clientela devora. «La media por cabeza son 9 churros; en un día fuerte despachamos 20.000 y el que menos 4.000». Pero para él la temporada grande es ahora, cuando comienza el frío y apetece acogerse en un tazón de chocolate. No vale cualquiera, porque en esto en El Timón también son exquisitos. Ellos usan Express y hay diferencia. «Parece que es lo mismo, pero no. Yo siempre digo que los churros son iguales (harina, agua y sal), pero todos son distintos, y la clave es que el producto sea inmejorable, la mejor harina, el mejor aceite... Y que se hagan a mano. Con el chocolate pasa lo mismo». Su negocio se triplicó desde que decidieron despacharlo en esas tarrinas plásticas para llevarlo a casa.

Pero El Timón es un vaivén que se maneja desde el cariño. Porque en horas puntas la cola para comprar los churros puede llegar a la calle y la clientela se amotina en búsqueda de mesa el fin de semana. De un lado niños con abuelos, del otro una pandilla de adolescentes, una pareja de novios... «Hay pocos oficios tan bonitos como este». Que se manchen en una sonrisa. Aurelio lo cuenta sin empacho. «Sigo desayunando churros y ayer mi mujer se merendó una docena, los míos no me hacen daño», bromea. YES lo ha comprobado. Y está escrito. ¡Nos gustan los de Bonilla y los de El Timón!

¿A quién le apetecen?

Si hoy que es domingo estás leyendo este reportaje a primera hora de la mañana o a media tarde, y todavía tienes el estómago vacío o no has merendado, es mejor que lo dejes porque se te va a hacer la boca agua cuando respondas a la siguiente pregunta: ¿A quién le apetecen unos churros? Casi seguro que a la mayoría. Y es que el churro tiene tanta tradición en nuestro país que cuenta con una entrada propia en el diccionario de la Real Academia Española, que lo define como ?fruta de sartén, de la misma masa que se emplea para los buñuelos y de forma cilíndrica estriada?. «Es uno de los dulces más famosos porque le gusta a casi todo el mundo, da igual que sean niños o adultos», cuentan los responsables de una de las churrerías más conocidas de Lugo, Don Pepe (Rúa Montevideo, 2). Hace siete años que su fundador traspasó el negocio a la familia cubana que lo dirige en la actualidad, y cuyo día a día transcurre entre harina, agua y sal, los tres ingredientes de la sabrosa golosina. «No paramos. Tenemos churros desde las ocho de la mañana hasta las dos, y desde las cinco de la tarde hasta las nueve y media de la noche», explica Ernesto Socorro. En Cienfuegos, su ciudad natal, trabajaba en el sector termoeléctrico, pero está encantado con el cambio. El oficio de churrero da muchas satisfacciones. «Acabo de freír cuatro docenas de churros de chocolate», sonríe el hombre, que trabaja con su mujer, Yolanda; su hija Yaneli, y su yerno Ernesto.

Las demandas del público van cambiando según transcurre la jornada. De esta manera, de lunes a viernes por la mañana triunfa el café con leche con churros, especialmente entre los trabajadores que salen de casa sin desayuno, sean funcionarios o no. Por la tarde, la bebida para mojar varía por completo. «A partir de las cinco vendemos mucho más el chocolate con churros», relata Ernesto, acostumbrado a ver asomar la felicidad en las caras de quienes meriendan un manjar tan goloso. Sobre todo de los más pequeños, que a esa hora disfrutan de un rato libre después de salir del colegio.

Los sábados y los domingos la clientela varía un poco, y muchas familias acuden a las churrerías para sorprender a los suyos con un desayuno especial a la altura del fin de semana. Hoy en día, en la mayoría de los establecimientos especializados las máquinas amasadoras han sustituido a las cazuelas en las que los churreros de antaño hervían agua con harina y sal, removiendo con una cuchara hasta formar una pasta homogénea y sin grumos. Sin embargo, el proceso sigue siendo bastante laborioso.

«Depende del peso, pero preparar una masa de ocho kilos lleva alrededor de treinta minutos», comenta un churrero. Cuando el preparado está a punto, se introduce en una churrera, desde la que se van cortando los churros con una tijera. Directamente sobre una sartén con aceite muy caliente, donde hay que freírlos entre tres y cuatro minutos. Cuando están escurridos llega el momento de la verdad. En el churro tradicional hay que espolvorear azúcar al gusto, pero hace mucho que triunfan versiones actualizadas. Las coberturas de chocolate con leche e incluso de chocolate puro se llevan la palma. ¡Sencillamente, deliciosos!

Información elaborada por María Vidal, Sandra Faginas, Marta Vázquez y Begoña R. Sotelino