Galicia: escuela de menciñeiros

Ruth Sousa y Iago García LA VOZ

SOCIEDAD

MARTINA MISER

Álvaro Cunqueiro retrató a una serie de personajes de mediados del siglo XX dedicados a una tradición milenaria: curar los males artesanalmente

19 oct 2014 . Actualizado a las 11:48 h.

«É o don», responde Juan Vizoso cuando le pregunto cómo aprendió a distinguir los males de músculos y huesos y qué hacer para remediarlos. Dice que es el mismo que tenían su padre y el tío Fidel, su bisabuelo y más ilustre antecesor. Solo se hereda en su familia cuando muere quien lo ostenta, por eso O Bruxo de Burela no tiene ninguna prisa por saber si sus hijos seguirán la tradición. Lo cuenta ante la cámara de V Televisión que acaba de grabar cómo arregla un dolor de cuello. Mientras tanto, en A Pobra, José Noal asegura que lo suyo es un conocimiento que se aprende, sin más, aunque ante la insistencia de las preguntas acabará por reconocer que ni es tan fácil ni todo el mundo puede. «Eu tampouco sei o que sabe facer vostede», concluye. Y así zanja el tema.

Ambos son compoñedores. Llevan décadas dedicándose a este oficio, solo reconocido por los cientos de personas que siguen acudiendo a ellos en busca de alivio. Para la clase médica son intrusos, aunque los dos afirman atender a sanitarios que no tienen reparo en ponerse en sus manos. El presidente de los fisioterapeutas gallegos no es, seguro, uno de ellos. José Luis Aristín reconoce su labor de antaño, pero cree que ya no deberían ejercer. «También los barberos sacaban las muelas», argumenta. Y advierte de que las maniobras de compoñedores y curanderos pueden «originar problemas muy graves».

El doctor Jesús Vázquez Gallego, autor del libro Tradiciones y curanderismo en medicina popular en Galicia, es tajante al respecto: la medicina oficial debe ser la única opción. Sin embargo, este veterano especialista en rehabilitación reconoce entender a la gente acuciada por el dolor que busca soluciones cuando la ciencia no acaba de dar en el clavo. «Hay personas que están desesperadas y no encuentran la solución en la medicina oficial», expone.

Juan y José aseguran que, ante dudas y fracturas, mandan al paciente al centro de salud. Probablemente esa sea la mayor diferencia con respecto a quienes los precedieron en el oficio. En aquel contexto social, los médicos o eran muy caros o quedaban demasiado lejos. Como ellos, ninguno de los dos ha estudiado Anatomía. Lo suyo es «cousa de tacto», explica José: «Hai que ir baixando os dedos pola columna e, si se desvían, é que hai que endereitar, aínda que non sempre se pode». «Eu os Raios X téñoos aquí», dice Juan en enseñando los dedos, para luego explicarnos que su mote de O Bruxo alguna vez se ha prestado a confusión. «Algunha vez pasoume que veu xente pedindo que lle botase as cartas».

Las nuevas generaciones

Viajamos hasta Catoira para encontrarnos con un caso peculiar. En su tarjeta de visita se presenta como masajista terapéutico y deportivo. Pero Enrique Busto es compoñedor. Su consulta se parece a la de un médico: una camilla, el armario con las vendas, dos diplomas de cursos de masaje... «Eu non son quen para contradicir un médico. Se hai unha rotura ou algo grave non me mollo. Sei o que fago. Non facemos dano a ninguén». Francisco, cliente fiel, le da la razón mientras le trata la tendinitis de su muñeca. «Aquí non hai auga bendita. Para torceduras e escordaduras el sabe máis que ninguén. Prefiro vir aquí que andar con radiografías, esperas e medicamentos que mentres curan unha cousa, amolan outra». Muchos de los pacientes a los que recibe en la parroquia de Coaxe saben que tuvo al mejor maestro: Ventura Eiras. Hace más de 20 años acompañó a una tía a su cita con el que sería su mentor. Estudiaba FP y se dio de bruces con su vocación. Enrique empezó a dedicar sus horas libres a aprender el oficio. «El era xa unha quinta xeración de compoñedor, coma o seu pai, o seu avó... É un orgullo sucederlle». Pero quedarse con este especial «negocio» no fue fácil. «Cando eu tiña 19 anos, Ventura morreu. A xente sabía que quedaba eu, pero algúns dicían: a ver que vai saber este».

El último de la zona

En dos horas, cinco personas han sido atendidas. Otras tantas esperan turno. Los coches entran y salen del pequeño aparcamiento que ha habilitado en un terreno de su propiedad. «-¿Y a ti quién te va a suceder?», preguntamos. «Ventura foi insuperable e eu son o último da zona, agardo que alguén continúe a tradición», dice Enrique, con menos convencimiento del que muestra cuando masajea articulaciones.

¿Poder celestial?

Ramón Suárez se denomina a sí mismo «sanador». Asegura que es capaz de curar cualquier mal posando solo su mano derecha sobre el área afectada. «É un don divino, coma o de Jesucristo». Este vecino de la localidad pontevedresa de Combarro dice que descubrió su poder hace décadas, cuando al encontrarse mal de salud los curanderos a los que acudió le dijeron que debía sanar a la gente o que siempre estaría enfermo. Hasta aquí podría ser la historia de un embaucador más. Pero tiene preparados a tres pacientes que lo corroboran públicamente (Informe en V se emite esta noche a las 22.30 horas en V Televisión). Una de ellas es María José Abelleira, que, aquejada de dolor en las rodillas, asegura haberse curado gracias al poder de Ramón: «e iso que case non podía moverme». Manuel Carramán, su tío, puede ahora levantar los brazos por encima de la cabeza: «non sei se é unha man santa ou o que é, pero a min curoume». El relato roza el surrealismo cuando le mencionamos la enfermedad tristemente de moda: el ébola. «Iso é coma unha febre ¿non? Pois poño a man enriba da fronte e baixa a temperatura. Tería que protexerme cunha luva e non sei... se o meu poder pasa a través del... eu diría que sí». Definitivamente Ramón parece caído del cielo. Si tiene los pies en el suelo, ya es cosa suya.