De la furgoneta al mar

SOCIEDAD

CÉSAR TOIMIL

Las playas gallegas se llenan de surferos que recorren el país buscando olas

22 ago 2014 . Actualizado a las 09:33 h.

«No, no. Una parte no. Nosotros organizamos todas nuestras vacaciones en función del surf». Dani y Toni son dos catalanes que observan el oleaje desde la atalaya que supone el aparcamiento de la playa de Pantín. Están decidiendo si bañarse o esperar. Llegaron la noche anterior desde Barcelona en su furgoneta: «Esta es una de las playas que tiene olas en verano. Aquí hay un mar consistente todo el año», dice Dani, que ya calza 36 años y trabaja como abogado. Normalmente se desplazan al norte a pasar una parte del verano y prefieren Galicia porque, según dicen, no está tan masificada por los surfistas como el País Vasco, por ejemplo.

El aparcamiento de Pantín está petado de furgonetas y autocaravanas en las que viven personas como estos dos barceloneses, locos del surf que aprovechan todo su tiempo libre subidos en una tabla de 400 euros esperando una ola perfecta: «En Costa Rica había un sitio donde cada cinco minutos entraban seis olas perfectas», evoca uno de ellos ante un colega madrileño, que ya se ha embutido en el neopreno y está a punto de bajar al mar. Se nota el colegueo entre el personal que ya ha coincidido en otras playas o se cita para el futuro.

«La verdad es que hay mucho postureo en este mundo -dice Toni, que trabaja en una tienda de surf-. A mí, si no fuera por esto no me verías durmiendo en una furgoneta». Pero lo cierto es que se cuentan por decenas los que lo hacen estos días en Pantín.

Antonio, un policía local murciano, se compró la furgo el año pasado. Le costó casi 25.000 euros, contando el acondicionamiento que le hizo por su cuenta, básicamente unas camas y una ducha de campaña. Y, sin embargo, duerme en un hotel con los tres amigos que se han desplazado desde Murcia. Intenta explicar la magia del surf, por qué lleva tantos años enganchado: «Es algo mental. Supongo que cuando nos entra el gusanillo nos volvemos un poco locos». Habla de la superación que supone luchar una y otra vez contra el mar. Ser derrotado tantas veces y volver a intentarlo. El año pasado se fue a Bali solo para surfear a gusto. No hace falta preguntarle si valió la pena.

Cerca de allí, entre el bosque de furgonetas que se apiñan en el párking de Pantín, Caro y Rafa, una pareja catalana, juegan con sus dos hijos pequeños. Sus primeras vacaciones juntos fueron en un camp surf, en Razo. Desde entonces, el verano es una playa y una tabla. La llegada de los niños no ha cambiado las cosas. Tampoco para Koldo, que tiene 39 años y una niña de 13 meses. Su mujer asegura que la autocaravana es muy cómoda para viajar con el bebé. Los dos se turnan para surfear y Koldo dice que tiene ganas de enseñar a la niña: «Pero el próximo bebé será un niño, ya lo verás».

Para todos ellos, Galicia es un paraíso surfero: Pantín, Doniños, Razo, Malpica... Aseguran que fuera de Galicia apenas quedan playas como estas, salvajes, sin la explotación calculada que existe en el País Vasco, por ejemplo. Son lugares en los que dejar la furgoneta, agarrar la tabla y cabalgar sobre el mar sin más preocupación que el parte meteorológico. Si Galicia es un paraíso surfero no es por las olas, sino porque nadie lo explota.