Cuando la Luna conspiró contra el Titanic

SOCIEDAD

Lleva 102 años reposando a 3821 metros de profundidad en el Atlántico Norte. Sin embargo el Titanic sale a flote cada mes de abril. Su historia es irrepetible. Aquella madrugada ocurrieron demasiadas cosas. Tantas que el naufragio parece más bien una conspiración de la naturaleza, ideada por la Luna

14 abr 2014 . Actualizado a las 19:02 h.

Mediodía del 10 de abril de 1912. Puerto de Southampton. Cientos de personas comparten un sentimiento. Asombro. ¿Cómo la mano del hombre había hecho algo tan inmenso? Estaban viendo partir el Titanic. Y nadie intuía que acabarían formando parte de su leyenda. Fueron los primeros y los últimos en presenciar aquel gigante del mar que nunca llegaría a su destino, Nueva York. En lugar de eso, se hundiría en el Atlántico. Todos conocemos lo ocurrido. El 14 de abril a las 23.40 colisionó con un iceberg. Y aunque aparentemente nada podría hundir aquel mastodonte de acero a las 02.18 de la madrugada del 15 de abril yacía en el fondo del océano. Una tragedia que únicamente se puede explicar por una cuestión de ambición. No bastaba con ser más grande que sus competidores, el Mauritina y el Lusitania. También había que llegar antes. Solo eso justifica tanta imprudencia. Porque aquella no era una noche cualquiera. El Atlántico estaba poblado por bloques de hielo. Y en eso tuvo que ver la Luna.

Un trozo de la Tierra

Si vamos a echarle la culpa a la Luna, primero deberíamos saber algo más sobre ella. En singular. Hace dos millones de años diríamos ellas, porque teníamos dos satélites. Uno más grande y otro más pequeño que terminaron chocando y fusionándose. Pero mucho antes de eso, nuestro planeta orbitaba tranquila y solitariamente alrededor del Sol. Un día esa calma se vio interrumpida por un planetoide, un asteroide del tamaño de Marte que colisionó contra la Tierra. La explosión fue tan destructiva que arrancó parte del planeta generando un disco con los restos que poco a poco fueron compactándose hasta formar dos cuerpos que acabarían uniéndose. Desde entonces es nuestra vecina.

Los efectos del satélite

A la Luna se le atribuyen muchas influencias. Cuántas embarazadas habrán echado cuentas teniendo presente la luna llena. Sin embargo la ciencia es clara en este sentido. Solo tiene efectos sobre algo que sea excesivamente amplio. ¿Y qué tenemos con esas características? Los océanos. La fuerza gravitatoria que ejerce sobre nuestro planeta provoca que dependiendo de la posición durante su viaje alrededor del globo el agua suba o baje. Además dos veces al mes se produce una alineación entre la Tierra, el Sol y la Luna. Cuando esto ocurre a la fuerza del satélite se suma la del astro rey generando que el agua ascienda y descienda mucho más. Son las mareas vivas. Pero como las órbitas que dibujan son elípticas las distancias entre los cuerpos varían. Entonces puede darse el caso de que la luna esté llena y se encuentre en el punto más cercano del año. Esto da lugar a un fenómeno que se conoce como superluna y que origina mareas muy intensas.

La corriente del Labrador

Las órbitas también sufren sus propias alteraciones. La de nuestro planeta modifica su excentricidad cada cien mil años. Es decir, en ese intervalo de tiempo puede ser más circular o más elíptica. Esto lo descubrió un físico serbio llamado Milankovic. Y comprobó que las transformaciones guardaban relación con grandes cambios del clima. Son esas variaciones las que originan los períodos glaciares e interglaciares. Hoy estamos en una fase de calentamiento. Pero en la Tierra actualmente existen pruebas de épocas más frías, los polos. Allí es donde nacen los icebergs. La palabra significa montaña de hielo. Justo lo que es. Que no les engañe su modesta apariencia. Lo que sobresale del agua es solo una octava parte de su tamaño real. En el hemisferio norte se forman en la costa de Groenlandia. A veces, algunos emprenden viajes hacia al sur empujados por la corriente del Labrador. Este flujo de aguas comienza en el Ártico y circula por la costa de Canadá. Pero durante esa travesía suelen encontrarse con playas de poco calado y quedan varados. En Twillingate, un pequeño pueblo canadiense los icebergs encallados ofrecen una estampa única y se han convertido en un verdadero reclamo turístico.

Una alineación histórica

Resulta paradójico que hablemos del satélite cuando realmente el Titanic se fue a pique una noche en el que estaba oculto. Eso sí, con un impresionante cielo estrellado. Sin embargo es durante la fase nueva cuando su poder de atracción es mayor porque se coloca en medio de la Tierra y el Sol. Pero la luna que nos interesa es la que hubo meses antes del hundimiento, el 4 de enero de 1912. Fue atípica. Primero, estaba en fase llena y por tanto había mareas vivas. Segundo, el perigeo, el máximo acercamiento a la Tierra era el más próximo desde el año 757. La Luna no volverá a estar tan cerca hasta el 2277. Es decir, estamos hablando de un momento que solo ocurre cada 1400 años. Y tercero, unas horas antes el Sol también había atravesado el perihelio, el punto más cercano de todo el año. Las fuerzas gravitatorias de uno y de otro generaron unas mareas vivas muy excepcionales. Cuando el agua subió los icebergs que estaban anclados frente a las costas del Labrador se adentraron en el océano y acabaron en la ruta del Titanic.

El espejismo

En 1912 se contabilizaron unos mil icebergs en el Atlántico Norte. Lo normal suele ser la mitad. Esa cifra ofrece una idea de los efectos de la histórica alineación. Y además camuflados. Los vigías del trasatlántico no pudieron ver la montaña de hielo a pesar de ser una noche despejada. Sobre la zona actuaba un potente anticiclón de 1035 milibares. Y eso que la atención era plena. Aquella madrugada recibieron mensajes por radio de otros barcos que compartían ruta. Todos describían lo mismo. Una gran cantidad de icebergs. Y aún así cuando lo avistaron ya lo tenían encima. ¿Por qué? Todo fue muy rápido. El barco había pasado de las aguas cálidas de la corriente del Golfo a las gélidas del Labrador. Esto enfrió el aire en contacto con el mar pero no el de las capas superiores generando un bruma muy débil. El resultado era una un efecto Fata Morgana, un espejismo. No distinguir dónde terminaba el cielo y comenzaba el océano. Esa ilusión óptica no solo confundió a los vigías del Titanic, también a los de California. Un vapor situado a tan solo 20 millas que permanecía detenido precisamente ante un bloque de hielo. La tripulación de guardia interpretó las señales de auxilio como luces aleatorias. Todo fue un despropósito, producto de un guion escrito por la naturaleza. Pero el accidente del Titanic nos enseña una lección sobre la vida. Cuidado con intentar hacer historia, no vaya a ser que se acabe haciendo demasiada.