Sí quiero, pero en Boiro

SOCIEDAD

YES, la revista de gente, creatividad y tendencias, desgrana las razones por las que este pueblo es la meca de las bodas gallegas

16 mar 2014 . Actualizado a las 15:43 h.

En la búsqueda de un sofisticado Wang, de un vestido de la misma diseñadora que firmó el traje con el que Victoria se convirtió en señora Beckham, uno llega a Boiro. A Tul Novias. Y, sí, se topa de frente con esos modelos nupciales que se ajustan a las curvas de las estrellas del celuloide. No hace falta preguntarle a Loli, alma máter del negocio, por qué solo ella en Galicia tiene a Vera Wang. Basta verla actuar. Loli mira a las futuras esposas y, antes de ofrecerles, les quita. Les saca de pájaros de la cabeza. «A ver, no te hagas líos, no va a aparecer el vestido perfecto. Hay miles de vestidos perfectos. Esto es muy fácil, tú tienes que pensar en lo que quieres ser el día de tu boda. Yo lo hice así, decidí que iba a ser alta y delgada. Y lo conseguí».

Diseños de Vera Wang

Uno la mira. Ve que no pasa del metro sesenta. Y se encomienda a ella. Empieza el ritual en el probador. Por su vestidor pasan entonces varios Vera Wang, un Jenny Packham y algún diseño de la noruega Leila Hafzi. Y Loli no se decanta por ninguno. Pero se emociona u horroriza en cada prueba. Y sonríe. Y te abraza. Sí. Te abraza. Y no solo te abraza a ti. Abraza y besa a las madres que mojan el ojo. Abraza a la abuela que no acaba de aprobar el escote palabra de honor. Abraza a la hermana hippy que insistió en que la tienda era muy pija? Abraza. Y le sale tan natural, tan auténtico? que una acaba contagiándose y convirtiendo cada prueba en una exaltación de la amistad. Cuando hay fumata, Loli pasa del abrazo a, con su metro sesenta raspado, aupar a la novia. Es el frenesí personificado, y es ese carácter irreverente el que hace que Vera Wang, Jenny Packham, Jesús Peiró o Carlo Pignatelli tengan sitio en los anaqueles de su diminuta tienda, a la que incluso llegan novias desde Portugal.

Hasta ahí, la historia podría ser únicamente la de una soñadora en blanco nupcial. Pero no. Boiro es a las bodas mucho más que eso. Uno únicamente tiene que sortear varios kilómetros y, en el lugar de Abanqueiro, se encuentra con el restaurante Chicolino. Otro lugar especial donde resolver interrogantes. ¿Por qué es el único salón de bodas de Galicia con Q de calidad? ¿Por qué su responsable, Arturo Fajardo, fue quien en liarse el velo a la cabeza y organizar la primera feria de enlaces gallega en un recinto privado? En el lugar recibe Carlota, su hija, quien habitualmente se encarga de marcar la hoja de ruta a los novios en su gran día. No llega a los treinta. Pero habla con tanto entusiasmo de lo que se le ofrece a las parejas, de las bodas temáticas estilo Las Vegas o con cualquier estética que los clientes demanden, de la apuesta por los showcooking durante los aperitivos, de las sesiones de degustación de gin tonic o licores gallegos durante el baile, de los bufetes americanos y mexicanos? Y de tantas otras criaturas salidas de la factoría Chicolino que, en ese mismo instante, a uno le encantaría, como en la canción aquella de la desaparecida Cecilia ?ser la novia en la boda y el niño en el bautizo? con tal de celebrar algo en sus salones.

Las instalaciones son modernas, los jardines de ensueño, los comedores decorados al milímetro? Podrían pasar por haberse construido anteayer. Pero la gran ventaja es que sus paredes cuentan secretos añejos. Sobre todo, si uno tiene la suerte de cruzarse en el lugar con personas como Concepción Piñeiro. Abuela de Carlota, madre de Arturo y quien, junto a su esposo, fundó Chicolino. En pocos minutos recuerda quienes fueron los primeros en darse el sí quiero con menú y cubertería de la casa. Ocurrió en 1961 y la pareja ya falleció. Eran otras bodas. Eran otros tiempos. Concepción cuenta que todavía no tenían el salón, así que lo que hacían era desmontar su casa, habitaciones incluidas, y dar cabida a los invitados en las distintas estancias. Al terminar, camas y mesillas de nuevo a su sitio. No se comía marisco. No había mucha pompa. Pero, tal y como ella recuerda, ?era moi bonito, e ninguén se separaba, tiñamos todos os nosos máis e os nosos menos, pero seguíamos xuntos?. Así es Chicolino, el último grito, con bodas en las que los flashmob dejan huella, y la memoria viva de los enlaces en Barbanza.

Una industria redonda

¿Y quién cierra el círculo? Porque hablar de las bodas en Boiro es hablar de una industria redonda. Solo así se puede entender el milagro de los trajes exclusivos de Loli, el arte hecho banquete de Chicolino y... Lo de Amparo y Trini. Trini y Amparo. ¿Quiénes son ellas? Aunque hermanas y con impresionantes currículos en el mundo de la estética, no se puede hablar de ellas como una sola. Demasiado genio y figura en una misma definición. Amparo es Amparo Fernández, propietaria de La Pelu. Sus tijeras, peines y mente creativa hacen viajar hasta Cabo de Cruz, una aldea de Boiro, a novias de toda Galicia. Está nominada al premio Fígaro como mejor peluquera en el ámbito nacional, acaba de desfilar con una colección de peluquería creativa en la final de los premios Tocado en Barcelona? Le sobra palmarés y vitalidad. Su filosofía parte del ?lo importante es lo que hagas, no donde lo hagas? y, cuando se le pide que peine a una novia para una sesión de fotos, la joven aparece con un moño desordenado con tejido de astracán. Sencillamente, impresionante. Su hermana Trini F. Silva es maquilladora. En su haber tiene premios Mestre Mateo y María Casares, y está nominada a otros dos. Pero Trini, más allá de los premios, es arte en sí misma. De «Cabo da Crus», capaz de abrir con un mechero un Kas Naranja, maquilla a las novias buscando «que sexan elas mesmas». Se ríe con el mundo. Y contagia alegría. Cuando ella, Amparo, Arturo y Loli se juntan es como descorchar un refresco tras agitarlo concienzudamente. Hay explosión de burbujas. Entonces, uno resuelve la ecuación nupcial de Boiro. Las bodas son pasión. Y ellos, de eso, andan sobrados.