La mayoría de los mares interiores del planeta se secan o son ya irrecuperables

Nacho Blanco REDACCIÓN / LA VOZ

SOCIEDAD

El cambio climático y la acción humana borraron del mapa el Aral y el lago Chad en cincuenta años

22 dic 2013 . Actualizado a las 07:00 h.

Hace dos semanas Israel, Jordania y la Autoridad Palestina suscribieron un acuerdo para salvar el Mar Muerto, una reserva acuífera de Oriente Medio encajada en una depresión de cientos de metros bajo el nivel del mar. La pérdida de caudal de este mar bíblico intentará ser subsanada con un canal que, desde el Mar Rojo, bombeará líquido para que la reserva salada no muera.

Pero no es el único que se encuentra en estado crítico. Una larga lista de superficies lacustres están en peligro de extinción, mismo en España. Un desastre ecológico que se ha visto multiplicado por la acción del hombre sobre la naturaleza y el cambio climático. El primer lago que dio la voz de alarma, y quizás el caso más conocido y antiguo, sea el del Mar Aral, situado en la estepa de la antigua URSS y que hoy se sitúa entre los nuevos estados de Kazajistán y Uzbekistán.

Antaño fue el cuarto lago más grande del mundo. Su superficie se ha reducido un 60 %. Primero el nivel bajó unos 20 centímetros por año; en los ochenta la pérdida llegó a una media de 90 centímetros. En 1987 la hoja de agua se dividió en dos y su parte sur, dos años después, se subdividió en otras tantas. La secuencia cronológica de imágenes satélite del Aral hablan por sí solas. La biodiversidad no existe, los barcos han quedado varados y ya no hay riqueza pesquera, la contaminación de los suelos es total y la desecacion con fines agrícolas y de regadío esquilmaron este mar interior. Un desierto donde ayer había agua. ¿Por qué ocurrió este desastre ecológico?

Un desierto en el Aral

Pesan sobre todo las razones de la sobreexplotación humana, tanto en su vertiente industrial como agrícola, con una planificación durante la época soviética que perjudicó al medio ambiente, dio estímulos a la industria pesada y extractiva y fue puramente irracional. Las consecuencias fueron claras: el lago se ha reducido a la mínima expresión, es más salino y la incidencia sobre la población de la zona ha sido brutal. Más pobreza, cambio climático notable, más enfermedades asociadas a la contaminación y una presión sobre un suelo devastado.

Al igual que el caso del Mar Muerto, el de Aral también ha visto planes de salvamento, pero aquí la carestía de los proyectos ?como el de desviar cursos fluviales siberianos? no es viable para dos países que no pueden sufragarlo. Muchos expertos creen irreversible su recuperación. El hombre se ha encargado de borrar del mapa este mar en menos de un siglo.

Conflictos por el agua

Un tanto parecido le sucedió al lago Chad, a medio camino entre el África magrebí y el Sahel. Compartido por Nigeria, Chad, Camerún y Níger, su extensión actual apenas llega a los 800 kilómetros cuadrados. En 1960 tenía en torno a los 25.000. Al igual que el de Aral, el Chad se encuentra en una zona árida, donde la falta de agua es un reto y, por ende, la demanda de este bien es elevadísima. Para algunos, detrás de esta mengua está el cambio climático. Sin embargo, un peso enorme lo han desempeñado las políticas erróneas de regadío, con acciones que vaciaron el lago.

A diferencia del de Aral, el africano presenta tal presión demográfica que contribuyó a multiplicar la superficie cultivable de la zona. Pero también los conflictos fronterizos y los desplazamientos de refugiados han incidido en su agonía. Estiman que en dos décadas el lago será solo un recuerdo. Mientras, planes de caros trasvases ocupan los tiempos muertos de gobiernos inestables.

Locura constructiva china

El caso de China es más reciente. El Poyang, el lago de agua dulce más grande del país, se muere. La responsabilidad humana es total. El proyecto de presas de Pekín sobre el Yangtsé ?cuyo ejemplo más emblemático fue el de las Tres Gargantas? le dio la estocada. La rápida industralización y su efecto contaminador remató al Poyang.

Una lista larguísima de futuros inciertos como el del Urmía turco, el Titicaca del altiplano o la Mar Chiquita argentina, ofrecen un panorama desolador y avanzan otro riesgo: el agua se ha convertido en un arma.

España no es una excepción

Galicia recuerda el adiós de la por entonces mayor laguna del país. Muchos ancianos todavía guardan en su retina la gran superficie que ocupaba Antela. Fue vaciada en 1958 por la decisión de la dictadura de Francisco Franco de ocupar sus remansadas aguas para extensiones de regadío en la comarca ourensana de A Limia. Hoy se quiere reflotar algo de la «lagoa» gracias al aporte de ríos y al desuso de antiguas areneras. Es, sin embargo, un proceso lento.

Las lagunas litorales de las albuferas valenciana y mallorquina, el Mar Menor en Murcia o los estanques manchegos, están afectados y en peligro. Hace un mes los biólogos alertaron de que el lago zamorano de Sanabria, de origen glaciar y limítrofe con Galicia, lanzaba un grito de auxilio por la pésima calidad de sus fondos lacustres. El agua del mundo se seca. ¿Nadie oye?