Manuel Novegil: «Os cabalos non me derrubaron»

SOCIEDAD

RAMON LEIRO

Manuel Novegil perdió las piernas en un accidente de tráfico hace 14 años, pero su pasión por los caballos contribuyó a hacerle la vida más fácil y se convirtió en su principal entretenimiento

29 ene 2013 . Actualizado a las 14:45 h.

El 9 de noviembre de 1999 puso su contador vital de nuevo a cero. Un quitamiedos segó sus piernas y lo ancló a una silla de ruedas. El accidente cambió su físico, pero no su ánimo. Solo tuvo que aprender a vivir sobre dos ruedas. En Vilaboa, Pontevedra, todos lo conocen. «Manolo, Manolo», gritan los niños del colegio cuando pasa por delante de ellos. No se sabe si gritan de felicidad por verlo a él o a sus caballos. Desde su silla de ruedas, los lava, los acondiciona y los saca a pasear a diario. Ahora es él quien saca a los animales, pero durante muchos años eran los caballos quienes tiraban de él. «Vendín a semana pasada o cabalo ao que me enganchaba para moverme», señala. Se agarraba a su cola y Manuel Novegil subía las cuestas de la peligrosa N-554 sin tanto esfuerzo. Hasta hace unos años no consiguió una silla automática. Primero tuvo que prestársela una vecina y más tarde, alegando que estaba operado de la columna vertebral, la Seguridad Social.

«Os cabalos non me derrubaron, nunca, son o meu gran entretemento, axudáronme a saír adiante», dice orgulloso, mientras dos de ellos juegan junto a la iglesia de Vilaboa. Él aprovecha para dar las pinceladas de una vida que se dibuja desde bien temprano. No descansa ni un minuto. Ni él, ni sus animales. Desde que a las 7.30 horas suena su despertador, Manuel se pone en marcha. Ordena un poco el hogar, prepara los ingredientes para cocinar, sale de casa para cuidar su ganado y vuelve a dar el toque maestro en los fogones. «Teño sete cabalos aquí na casa e corenta no monte», explica, pero sin despistarse ni un momento vuelve a señalar que «cociño para a miña muller e os meus fillos, mato os polos, desplúmoos, non descanso». Aunque ya está superado, solo hay un punto en el que el accidente le hizo daño. «Eu tiña que estar animado, tiña tres fillos pequenos e non quería que me vesen triste, pero dábame pena pola miña muller, xa non a podía axudar coma antes», relata. Estaba haciendo una casa que tuvo que rediseñar. Había escaleras y suponían un obstáculo. Abandonó los trabajos que él mismo hacía. Durante 21 años fue albañil, pero una lesión en la espalda lo prejubiló de la paleta a los 35 años, cuatro antes del accidente. «En lugar de dedicarme a ir ao bar e gastar os cartos, que nunca me gustou, preferín dedicarme a traballar e estar entretido cos cabalos», explica. Y es que acude a todas las ferias de animales que hay para comprar y vender caballos. «O fin de semana vou o monte co meu fillo ou a miña muller», explica. Dar pena no va con él. No va desde el 9 de noviembre de hace 14 años. Ingresó pensando que podían salvarle una pierna y pidió al equipo médico pasar la Navidad en casa, tras conocer que no volvería a caminar nunca más. El intento de ponerle unas prótesis no le convenció y asumió que la silla sería sus piernas. El día de Nochebuena de aquel año llegó a casa y el 31 llevó a su mujer a pasar el fin de año a Pontevedra. «Volvimos ás cinco da mañá, quen nos vira», sonríe. Lección de vida.