Cerco a una sangría verde

SOCIEDAD

Paraguay es uno de los países en los que más avanza la deforestación: en 40 años ha cedido el 90% de su superficie arbolada. Frenar ese proceso es cosa de Diego Amoedo

18 dic 2008 . Actualizado a las 13:00 h.

Antes de coger un avión y plantarse en el sur de Paraguay, Diego Amoedo se levantaba y veía el monte que crece delante de su casa. Será deformación profesional: ingeniero técnico forestal, ha participado y presentado varios proyectos sobre gestión natural, sostenibilidad, creación de rutas...

Ahora, desde el otro lado del Atlántico, cuenta que una de las cosas que echa de menos -junto a familia, amigos y licor de café, dice entre risas esto último- es precisamente ese monte. Y no será porque no tiene que patear todos los días entre árboles. Diego participa desde hace unos meses en un programa que trata de conservar una de las joyas del sur americano: el bosque atlántico del Alto Paraná. Lo comparten tres países. «En Paraguai -relata- estamos centrados en tres departamentos, os de Guaira, Caazapa e Itapua, e o que se busca é un proxecto de desenvolvemento local que sexa socialmente aceptado, economicamente viable e ambientalmente sustentable».

Allí la situación es, cuando menos, «preocupante», cuenta. Es el país que mayor masa forestal pierde del mundo anualmente. Argumento suficiente para que un tipo que ya había vivido en tres países (Suiza, República Checa y Portugal) decidiese enrolarse en un programa de jóvenes cooperantes en el país que hoy gobierna el ex obispo Fernando Lugo. «Vivir en Paraguai neste momento é moi interesante, ves os cambios, as reaccións sociais...».

El plan de acción está estructurado: se sale junto a los guardabosques para hacer un recorrido, controlando los recursos naturales, el patrimonio... Junto a las comunidades locales se presta atención a los problemas de agua y cultivos, en una actuación coordinada con la Agencia Española de Cooperación al Desarrollo (Aecid). A la vez, se forma un comité de coordinación y Diego dirige la implantación de dos viveros, uno de ellos junto a una oenegé local. «Unha das cousas mais interesantes foi que a xente realmente motivada neste último proxecto eran os comités de mulleres, debido a que o cultivo de especies frutícolas é un paso para garantir a seguridade alimentaria». Es precisamente la población local la que más respeta lo que tiene cerca: «Non son os poboadores os que deforestan, eles ven a madeira coma un recurso en épocas de escasez, cortan unha árbore e danlle 300.000 guaranís [46 euros] e con iso saen adiante ou pasan ese mal momento, o problema e que as terras están en mans duns poucos».

Su trabajo, sin embargo, choca contra un muro que ya han encontrado muchos otros cooperantes de los 35 que en esta sección le han precedido: la burocracia. Dice que se lleva una satisfacción «persoal», pero hay claroscuros. «Se o punto de vista é cualitativo, non se pode estar satisfeito, posto que moitos proxecto se veñen abaixo por culpa da benevolencias das leis, a inseguridade e, sobre todo, o alto nivel de corrupción que hai a todos os niveis».