Sobre el umbral

Serafín Lorenzo A PIE DE OBRA

SELECTIVIDAD

10 jun 2017 . Actualizado a las 05:00 h.

Tanta presión para nada. Más de 2.000 preuniversitarios compostelanos se han enfrentado esta semana a la selectividad, unas pruebas de acceso que son las mismas de antes pero que el gestor político de turno ha considerado oportuno rebautizar con un acrónimo desabrido que solo estamos utilizando los periodistas, por aquello de la novedad. Nada tiene de malo aplicarle al selectivo mutaciones nominales que son más propias del márketing comercial, aunque el color del envoltorio no modifica el sabor agridulce del caramelo. Porque los exámenes que marcan el umbral de entrada a la vida universitaria representan el punto más perverso de todo el ciclo educativo. En torno a esas pruebas se concentran tantas expectativas que el desenlace solo puede ser descorazonador. Es como remover una playa entera para llenar un vaso de arena.

Claro que, hay trampa. Hoy en día aprobar no vale, porque no asegura, ni mucho menos, la plaza en la titulación deseada. Las notas de corte de varias titulaciones dobles superan el 12. También Medicina. En mi caso la selectividad solo sirvió para percatarme de que había hecho el panoli al escoger matemáticas como atajo para escapar de lo que entonces llamaban letras puras. La trigonometría me resulta hoy de tanta utilidad como lo hubiera sido el griego, y al álgebra de Boole ya no llegué. Un amigo sostenía entonces que era injusto que, tras tantos años en las aulas, al menos una de las pruebas para dar el salto a la Universidad no fuera de tema libre. Había consagrado su adolescencia al heavy y empezaba a temer que no le serviría de nada. Treinta años después, enfila los 50 sin escuchar otra cosa.