Nórdicos

Elisa Álvarez González
Elisa Álvarez CON BISTURÍ

SANTIAGO CIUDAD

05 sep 2018 . Actualizado a las 05:00 h.

Los debates se suceden con extrema rapidez en esta sociedad de alta velocidad. Algunos vuelven como el turrón, por estaciones, o desaparecen como el Guadiana para volver a emerger un tiempo después. En este caso el debate de la hora se ha reabierto con contundencia, hasta el punto de que parece que sí, que habrá cambios, o más bien que dejará de haberlos. Que eso de adelantar o atrasar todos los relojes de la casa -menos mal que los teléfonos móviles son listos hasta para eso- pasará a la historia.

Ahora el debate se cierne en si debemos quedarnos con el horario de verano o con el de invierno. Si debemos alargar la tarde sesenta minutos más o permitir que los escolares vayan de día al colegio durante los meses de diciembre y enero. Si amanece a las siete o si anochece a las diez. Por ahí va el debate. Yo soy partidaria de alargar las tardes, porque el cambio de invierno me sume en un estado breve de abatimiento, similar al de euforia que me produce el de verano.

Pero si de lo que se trata es de mejorar la productividad, lograr ocio diurno al salir del trabajo, poder conciliar mejor con la familia u organizar el tiempo de trabajo y el de asueto con mayor racionalidad, olvídense, el fin del cambio de hora nos dejará como está. Ni los horarios de comida se moverán ni saldremos antes de la oficina. Ni la jornada laboral será flexible ni cenaremos a las siete de la tarde. En el cambio de los modos de trabajo, del sistema productivo y de la confianza entre empresario y trabajador influyen factores más profundos que el cambio de hora. Así que bienvenido sea el nuevo horario de invierno o verano, que no seremos nórdicos.