Santiago es una ciudad increíble. Por todo lo que ofrece. El martes pasado pasé por A Quintana para escuchar un rato a The Dandy Warhols. No estaban mal, pero decidí marcharme para que no se me hiciera muy tarde. De camino al aparcamiento pasé por la puerta de la Borriquita de Belém -San Paio de Antealtares, 22- y no pude evitar entrar al ver que había un concierto flamenco. Sobre el escenario estaban Moisés Fernández al cajón flamenco, Sandra Calderón cantando y Ángel Montoya a la guitarra. Me pedí un mojito -muy recomendable en este local- y me senté. De flamenco no sé nada, Camarón y poco más, pero embelesado por esos acordes, por esas voces y por esas palmas, me di cuenta de que he infravalorado todo este tiempo una de las expresiones más auténticas del arte pura. El concierto terminó con la aportación de otros dos cantantes, Joni y Bienvenido Gabarre, y el bailaor Isaías Salazar. Un espectáculo increíble, alucinante. Y todo esto, en Santiago, en las fiestas del Apóstol. Me entusiasmó la forma en la que el público disfrutaba y participaba. Había una alegría infinita en el ambiente de la que me contagié. Yo, que en lo esencial soy un sieso, di palmas, canté y hasta di algún que otro olé. Hay que congratularse de poder disfrutar de esta Compostela en la que hay hasta buen flamenco. Con tan buenos artistas. Y hay que felicitar a hosteleros como los de la Borriquita, que son los únicos que programan flamenco en la ciudad. Infórmense, pregunten y de verdad no se pierdan la próxima noche flamenca de Santiago. Merece la pena.