Megaproyectos

Cristóbal Ramírez

BRIÓN

31 may 2016 . Actualizado a las 05:00 h.

l agujero de la Ciudad de la Cultura clama al cielo. Ahí iba a ir otro edificio, pero la cosa acabó como acabó. La megalomanía tiene esos detalles, daños colaterales, pero dejar aquello sin tapar de alguna manera -no hay que rellenar por fuerza- clama al cielo. No es ese el único megaproyecto que quedó en agua de borrajas. De dimensiones que hoy parecen humildísimas pero que entonces tenían su peso específico fue uno de finales de los sesenta del siglo pasado -alejado de la comarca de Santiago- y otro de un año o dos después -en Brión-.

El primero consistía en tirar el castillo de Narahío (en el municipio de San Sadurniño) para construir un bloque de apartamentos en lugar tan privilegiado. España era así. No prosperó.

El segundo no encerraba ese radicalismo destructor sino todo lo contrario. A alguna lumbrera de la Diputación provincial se le ocurrió la idea de restaurar las torres de Altamira para instalar allí? ¡una biblioteca! Las hemerotecas no mienten, y el franquismo local ya no rampante pero aún imperante dio su apoyo por el bien de la cultura. Por entonces alguien debería de saber sumar en la Diputación y comunicó que las cuentas no salían. Que una cosa era limpiar los matojos y hasta intentar excavar los inexistentes subterráneos y otra muy distinta volver a levantar muros y torres y luego acondicionar el interior (luz, humedad, estanterías) para que cumpliesen las funciones que se le suponen a una biblioteca.

EPor suerte, el proyecto se desvaneció y con el fin de la dictadura jamás se volvió a hablar de él. Porque, en aquellos tiempos donde ningún joven disponía de coche y las carreteras eran simplemente infernales, ¿quiénes hubieran sido los usuarios de la biblioteca?

Lo dicho: megaproyectos de megalómanos. Y así acaban.