Robert Musker Martínez: «Estudiar inglés solo para aprobar exámenes puede ser frustrante»

Juan María Capeáns Garrido
juan capeáns SANTIAGO / LA VOZ

SANTIAGO

XOAN A. SOLER

Director de Operaciones de El Centro Británico, academia pionera que está a punto de cumplir cuatro décadas

10 sep 2018 . Actualizado a las 05:00 h.

Nombre. Robert Paul Musker Martínez (Santiago, 1978).

Profesión. Gestor de academias de idiomas.

Rincón elegido. La plaza Roxa, el punto de conexión de los jóvenes en Santiago en los 80 y 90.

Robert Paul Musker Martínez es compostelano de nacimiento, pero bien podría ser de Burgos, como su madre, o de Liverpool, como su padre. La casualidad, o el buen gusto, les trajo a Santiago para vivir y emprender un negocio educativo pionero que abrió sus puertas en el Ensanche en 1979 y que ahí sigue, casi cuatro décadas más tarde, en un local más espacioso y con dos sedes más en Bertamiráns y Milladoiro.

En aquellos años ya se decía que el inglés era fundamental para la vida, y sin embargo pocos compostelanos que hayan estudiado en los años 80 o 90 en centros públicos, concertados o privados salían de ellos con un nivel mínimo. «La enseñanza reglada lo hace cada vez mejor, pero no llega», opina el director de operaciones de El Centro Británico e hijo de los fundadores.

En realidad, Robert Paul trató de «escapar» de la academia. En 1986 su padre se fue a vivir a Sudáfrica, y su recuerdo como estudiante -en Pío XII y Rosalía- era ver a su madre trabajando «de nueve de la mañana a diez de la noche». Cuando le llegó la hora de escoger una orientación laboral optó por el Centro Superior de Hostelería de Galicia, del que habla maravillas, y a este sector, que no le va a la zaga en horas de ocupación, le dedicó tres años de su vida en la cadena Sol Meliá.

Pero volvió a casa, «porque me di cuenta de que mi madre tenía algo muy especial, con los alumnos, los profesores, el personal... vi algo», resume. Y no solo regresó, también tomó las riendas de una pequeña revolución, buscando un espacio más funcional para el negocio y aplicando algunos cambios en la gestión. Sin embargo, presume de que «el espíritu» de la academia sigue siendo el mismo de 1979, e incluso mantienen la costumbre inalterada de celebrar una reunión todos los viernes de dos horas para revisar cómo va todo. Ya no es aquella pequeña familia que empezó, porque son medio centenar de nóminas, con más de treinta profesores a los que intentan mimar con formación y un personal de atención al público que gestiona cada día momentos muy complicados, «como si fueran cuatro o cinco entradas y salidas del colegio» en las que se mezclan desde bebés hasta adultos que buscan cursos personalizados para su profesión o acreditación para poder enseñar el idioma.

Musker habla en pasado de la titulitis, que irrumpió con fuerza durante los años de la crisis. Ahí vivieron en El Centro Británico las peores experiencias, «porque alguna gente no tenía interés en aprender inglés, solo querían superar exámenes porque se lo exigían en la empresa o pero la búsqueda de trabajo, pero eso puede ser muy frustrante cuando no se cumplen las expectativas. Nosotros ponemos todos los medios a su disposición, pero al final la clave es la parte que pone el alumno», reflexiona.

El mercado ha cambiado mucho. Hay una competencia brutal de academias. Los colegios enseñan mejor, y los niños tienen hasta la oportunidad de ver los dibujos en inglés, «pero al final se necesita un profesor que enseñe, incluso cuando uno es nativo». Esa variedad de oferta provoca que muchos sigan acercándose a las academias «y que solo pregunten por los horarios y el precio de las clases, sin preocuparse por los medios, las actividades o la calidad de los profesores», un aspecto este último que los Musker Martínez intentan mimar con mucha formación y asistencia a congresos internacionales para pulsar el sector. «En ocasiones tienes que apoyarlos y darles confianza porque no están en un buen momento, pero aún así se pasan muchas horas al día expuestos al alumno y tienen que hacer bien su trabajo. Por eso tienen todo mi respeto».

«Mi madre ayudó a aprender el idioma a miles de santiagueses, es una ‘superwoman’»

Robert Paul tiene estos días un lío monumental por el inicio de curso, pero habla sin transmitir prisas y se toma su tiempo para beber el café. En su tiempo libre, que encuadra en Navidad y la Semana Santa, se escapa con sus primos a la montaña para practicar senderismo y esquí de travesía. Le fascina la sensación de llegar a las cimas y observar. Esa tranquilidad se la da, entre otras cosas, el equipo con el que trabaja, del que solo tiene buenas palabras, sin paternalismos. Y, sobre todo, pone por encima de todo a Elena Martínez, su madre. Tiene 68 años «y una capacidad tremenda de trabajo». Sigue supervisando todo y en el fondo «nos vigilamos el uno al otro», comenta con complicidad. «No lo quiere dejar porque se lo pasa bien, lo vive y tiene buena relación con los compañeros. Está implicada todo el día». Robert Paul piensa ahora en las dificultades que debió de tener para criarlo, con unos horarios de trabajo más que amplios, pero también se siente orgulloso de que ella haya ayudado a aprender el idioma «a miles de compostelanos, e incluso han pasado ya tres generaciones familiares distintas por la academia. Es una superwoman».

El truco para aprender inglés

Esos «miles» de compostelanos que han pasado por las aulas de la academia invitan a preguntar si existe algún truco para aprender inglés. Y no. «Una persona adulta sin capacidad de estudio puede ser competente en inglés en un tiempo prudencial. Es un idioma relativamente fácil de aprender. Lo que hay que hacer es perder la vergüenza y pensar que aunque no tengas acento británico puedes comunicarte igual. Por eso es bueno estar en un grupo y escuchar, y hablar con los demás. Hay que soltarse».