«Me gusta pensar que el local es mi casa y que los clientes son invitados»

Juan María Capeáns Garrido
Juan capeáns SANTIAGO / LA VOZ

SANTIAGO

Álvaro Ballesteros

Curtida en la movida nocturna, indaga con éxito en la alternativa del ocio diurno

24 ene 2017 . Actualizado a las 00:25 h.

A los 18 años se puso «rebelde» y quiso independizarse, lo que incluía salir de la casa de sus adorados padres y pagarse la carrera de Matemáticas y sus gastos. Tardó dos días en encontrar un trabajo. Podría haber sido de dependienta en una tienda de ropa de niños, de azafata de congresos o vendiendo automóviles de segunda mano. ¿Hubiera cambiado su trayectoria? Es posible. ¿Habría disminuido su pasión por la vida y la gente? Seguramente no. Marga Balboa se puso a trabajar detrás de la barra del Faíscas, en las galerías del Ensanche, y supo que la hostelería era lo suyo.

Antes de tomárselo en serio y convertirse en empresaria intentó un trabajo en una compañía formal «delante de un ordenador». Y su problema era precisamente ese, «que era un trabajo, y las horas no pasaban», mientras que por la noche el ocio y el negocio se le hacían llevaderos. Eran los tiempos de Santiago en los que no invertir en un bar era de tontos, «porque abrías las puertas y se llenaba». Con todo, como empleada dio rienda suelta a su cabeza inquieta y empezó a promover iniciativas para atraer clientela «que funcionaban bien» para sorpresa de los acomodados jefes.

Era fácil sospechar que acabaría con un negocio propio. La primera experiencia seria fue en el pub Meia, en la Algalia, una calle apartada del epicentro de la creciente movida del casco histórico. «Guardo un gran recuerdo de aquellos años, de mis primeros socios y de lo que significó levantar un negocio», afirma consciente de que la fórmula funcionó en el ambiente universitario y de algo más de edad. Entonces no llegaba a la treintena, y la clientela era de su quinta, igual que ocurre ahora en el Chocolate, el local que regenta en la rúa das Ameas junto a Junior Docasar, su pareja, y otro socio. Se trata de uno de los pocos bares de la ciudad con un punto divertido que han penetrado en la ruta de los noctámbulos maduros y en el que, además, se intentan hacer bien las cosas. Balboa se mueve casi tanto por dentro de la barra como por fuera, «porque me gusta pensar que el Chocolate es mi casa, y por eso los clientes son en realidad invitados» que nunca se van sin una palabra amable de la anfitriona.

El buen rollo es su bandera. Con los que entran por la puerta, con los vecinos, con los negocios de la zona, con los turistas o con los amigos y conocidos de toda la vida. «Con los chicos y chicas del equipo nos hemos prohibido hablar mal de nadie mientras trabajamos, porque no nos aporta nada», confiesa. Y tampoco le gusta que a los locales de alrededor les vaya mal. «A mí no me va a ir mejor», dice. Bien al contrario, entiende que cuanto mejor les vaya a los demás, «más oportunidades tendré de que entre gente en mi local», y por eso celebra la reciente apertura del club Riquela. Mención aparte merecen los chicos del Abastos 2.0 y del Café de Altamira, que ya son amigos con los que comparte un trago rápido para darse un respiro los días de mayor agobio. Así suelen ser los sábados, la única jornada en la que el Chocolate abre de día y de noche. «Es todo un descubrimiento y a la gente de cierta edad le ha enganchado eso de salir a mediodía y enredar con una copa en la sobremesa», de ahí que incluso sea habitual ver a niños correteando entre los cortinones del pub en esta sesión golfa diurna que se han inventado entre todos los hosteleros de la calle.

Lo que la tiene motivada en este momento es agitar algo más el local con actuaciones y actividades, y ya ha creado la Chocolate Band, que suena de miedo pero que deja de tocar a medianoche. A la hora en punto, como está establecido, cesa la música en directo. «Hay que cumplir los acuerdos», proclama.

Nombre. Marga Balboa (Santiago, 1973).

Profesión. Hostelera, regente el pub Chocolate.

Rincón elegido. La Praza de Abastos. «Me remite a los orígenes», sostiene. «Trabajar ahora justo enfrente es circunstancial, porque mi abuela y mi madre ya venían aquí».

«Mi primera noche me pidieron un Varón Dandy con cola y lo busqué en el botellero»

Marga Balboa es lista y se le nota, pero cultiva de forma natural una imagen más inocente con la que esconde la tensión con la que vive cada noche que abre las puertas del negocio. No para: entra, sale, fuma, recibe a unos, despide a otros... ya fue más pardilla. En su primera noche trabajando en las galerías del Ensanche alguien le gastó una broma: «Me pidieron un Varón Dandy con cola y me puse a buscarlo en el botellero». La casposa loción masculina nunca apareció en la estantería, es evidente, pero Marga, que se dejó en aquel garito la candidez, aprendió que en la noche existía un código de comportamiento distinto. Y le gustó esa idea.

Vite, Rosalía y Pío XII

Tiene suerte porque mientras otras pandillas dejan de verse por las ocupaciones laborales y familiares, muchos de sus amigos siguen visitándola allí donde trabaja. Y ha acumulado unos cuantos en su vida. Estudió en el colegio de Vite, un barrio y una gente a la que reivindica «a pesar de la fama que tenía en los 80»; después pasó al instituto Rosalía; y jugó al baloncesto varios años en Pío XII en uno de los mejores equipos femeninos de aquella época; y vivió la vida universitaria con intensidad hasta que saltó al otro lado de la barra. Su compromiso con la profesión es palpable, y de hecho está integrada en todas las asociaciones existentes, vecinales y sectoriales, porque cree que las dificultades, que las hay, se superan «unidos y hablando las cosas», más allá de que al final cada uno deba defender su caja. Es hostelera por convicción. «Unas cosas salieron mejor, otras peor, pero no me arrepiento de nada, volvería a dedicarme a esto». Y agradecidos que estaríamos.