Dos enclaves punteros que languidecen sin un triste café

Susana Luaña Louzao
susana luaña SANTIAGO / LA VOZ

SANTIAGO

XOAN A. SOLER

La estación de autobuses y el Auditorio de Galicia fueron un ir y venir de gente hasta que hace dos años cerraron las cafeterías; y así siguen

17 ene 2017 . Actualizado a las 05:00 h.

Pedro llevaba ocho años sin coger un bus en la estación de Santiago, y cuando ayer llegó para viajar hasta A Coruña, se encontró con que no tenía ni dónde tomar un triste café. Le llamó mucho la atención. «Yo llegué a comer en esta cafetería, y comí muy bien», recuerda. Como él se disgustaron los peregrinos que, cansados de su caminata hasta la tumba del Apóstol, buscaban un tentempié con el que recobrar fuerzas antes de coger el bus de vuelta a casa. A ellos le sorprendió; a Loli no. Loli lleva muchos años tomando por la mañana un autobús que le lleva a su trabajo en A Coruña y, a última hora, haciendo el viaje de vuelta. En la entrada de la estación de Camilo Díaz Baliño espera a que la vayan a recoger. «Si hubiese cafetería esperaría dentro tomando algo, pero así estoy en la calle. Quienes sacan provecho de esa situación son las que hay enfrente, pero no me gustan».

La situación a la que se refiere Loli tiene tintes surrealistas. La principal dársena de intercambio de buses de Galicia, con un tránsito de 25.000 coches anuales, no tiene servicio de hostelería. Hace dos años que cerró y el Concello no volvió a sacarlo a concurso. El resultado, como recordaba Pedro, es que poco a poco se fue desangelando y vaciando de contenido, de tal manera que primero cerró la cafetería y luego, las tiendas que la rodeaban. El panorama de la estación es hoy en día desolador. No anima a apostar por el transporte público.

Conciertos poco animados

Si es triste no calentar el cuerpo delante de un café antes de tomar el primer bus de la mañana, igual de desalentador es, a última hora de la tarde, asistir a un buen concierto y no tener dónde sacarle punta a la batuta tras el mutis. Y eso pasa en el principal foro de espectáculos gallego; es decir, en el Auditorio de Galicia. Pese a su ubicación alejada del centro, el buen servicio de hostelería que tuvo en su día lo convirtió en un punto de encuentro de estudiantes, artistas y personalidades que quedaban para comer y de paso disfrutaban de la exposición que hubiese entonces en cartel. Hasta que cerró sus puertas, y tal como dicen quienes lo frecuentaban, no porque no fuese rentable, sino porque se recortó personal y, por lo tanto, horario de apertura al público, y los concesionarios del servicio se encontraron con que, a la hora de más clientela, tenían que cerrar.

Ahora, en los recesos de los conciertos no hay más que tres espectadores solitarios fumando en la calle. Tienen enfrente la cafetería de la residencia de O Burgo, pero no es lo mismo.

Se dirá que no hay dinero para ampliar los servicios del Auditorio y que la estación de buses cerrará para dar paso a la intermodal. Pero de momento, llegar en bus a Santiago para disfrutar de un concierto es como un día sin pan. Largo y famélico.