Globos de emergencia desinflados que apenas pueden volar

Xosé Manuel Cambeiro LA VOZ/ SANTIAGO

SANTIAGO CIUDAD

23 oct 2016 . Actualizado a las 12:48 h.

Los cuerpos de emergencia no deberían estar al pairo de unas políticas concretas que puedan mermar su potencialidad. Cristóbal Montoro, para ponerle un ceñidor a los concellos, y bien apretado, le restó posibilidades para afianzar sus servicios. Si escasean los efectivos, nada de acudir a las arcas para suplir los que hagan falta. Cíñanse. ¿Falta un oboe? Qué más da, los compostelanos son duros de oído.

Y de tanto ceñirse, unas cuantas áreas municipales tienen un montón de taburetes vacíos. Los jefes deben estrujar los recursos sin trinos de fondo, y ceñirse a las existencias de personal, apretando las clavijas. Descalcificar la dinámica municipal, que en muchas ciudades es la que le cubre realmente las espaldas a otras administraciones prestando servicios que estas racanean en sus presupuestos, no es la política más virtuosa del Estado. Recortes, sí, pero con el arte del xeito.

Lo cruento es promulgar una ley, adornada con la sonrisa epicúrea del ministro, que contribuya también a desnutrir servicios de seguridad o emergencia que los ciudadanos quieren bien atados y sin fugas. Si en la ciudad arde más de una casa simultáneamente, con llama viva, varios cincuentones saldrán a toda mecha para intentar sofocar los fuegos. Y habrán de repartirse o jugarse a los chinos mangueras y escaleras para cubrir los distintos frentes. Y repartirse ellos mismos.

Que un cuerpo de seguridad tan esencial disponga de una veintena de vacantes, y la media de quienes se lanzan a los camiones de extinción se sitúe en los 50 años, clama al cielo. Que es tan útil como clamarle a Montoro. No obstante, los grilletes económicos del ministro de Hacienda no son la única circunstancia que ha maniatado la llegada de efectivos. En el período de Ángel Currás no se movió una hoja en la cobertura de las vacantes y el cuerpo fue perdiendo peso sin necesidad de dietas. Y ganando años.

Si en los bomberos hablamos de la veintena de plazas, en la policía local de la cuarentena. Y muy pronto de la cincuentena. Casi medio centenar de vacantes reales se enuncian con una facilidad pasmosa, pero se cubren con una dificultad asombrosa. Si la seguridad y el tráfico hubieran dado un paso de gigante en esta ciudad, nada que objetar: el mundo puede ir hacia atrás y la policía local disponer de 43 agentes menos que en el 2006.

Capitalina

Pero sí hay mucho que objetar porque el mundo se ha vuelto más complejo y difícil de ordenar. Y como aún no hay robots regulando el tráfico y la seguridad en las rúas, con porras mecánicas, es preciso seguir concediéndole ese papel a los guardias de carne y hueso. Si en el año 2006 bullían por la ciudad 177 policías locales, y hoy 137, ya puede uno pedir protección o tráfico fluido en muchos sitios. Montoro suelta su sonrisa epicúrea tras sus lentes. Hay que ceñirse.

Y como el ministro es el mismo para todos los consistorios, otras ciudades gallegas sufren las mismas carencias nutricionales en sus servicios. Ocurre sin embargo que el titulo de capitalino, con sus secuelas, lo tiene Santiago. Y la gente se manifiesta y se concentra en Compostela y no en otras urbes. Eventos y personalidades se sienten cómodos a la sombra del Apóstol. Y los tractores. La capital gallega atrae a la gente por los motivos más diversos, hasta para depilarse las orejas. Y Raxoi ya sabe que debe ir puntualmente cubriendo huecos de personal y ceñirse a la ley.

Un anexo sobre los bomberos: es preciso que el servicio vaya asumiendo la alta velocidad, porque con el viejo tren de Varela tardará en llegar al destino de la comarcalización y al disfrute de una nueva sede. Aunque hay muchos fuegos que apagar en el entramado administrativo de San Caetano, la Xunta ha decidido darle el pasaporte al cuerpo de extinción, que habrá de buscarse los garbanzos en otro enclave. Y en San Domingos ya ha estado.

Saber que el edificio de Salgueiriños no solo no caerá encima de ningún transeúnte, sino que además podría albergar a los bomberos (según indica Compostela Aberta) es una buena nueva. Vieja. Era el destino que figuraba en los carteles de la obra hace una década. De inanición el edificio ya no se va a morir.