De Echegaray a Bob Dylan

José A. Ponte Far VIÉNDOLAS PASAR

SANTIAGO

23 oct 2016 . Actualizado a las 05:00 h.

En una revista especializada en temas literarios leo una serie de trabajos dedicados a escritores españoles, cuya memoria es recordada en 2016 por alguna razón conmemorativa: centenario de Cela, Buero Vallejo y Blas de Otero; 400 años de la muerte de Cervantes; 150 del nacimiento de Valle-Inclán. Y me sorprende que nadie se acuerde de que también se cumplen cien años de la muerte de José Echegaray, porque, aunque pueda sorprender, fue Premio Nobel de Literatura en 1904, el primer español en ganarlo. Lo cual demuestra que este premio no es garantía de nada: en su nómina son tan escandalosas algunas presencias como muchas otras ausencias.

Por eso lo de Bob Dylan hay que tomarlo con reservas. A mí me cuesta mucho regatearle un gran premio a este gran cantautor, que tantas puertas a la esperanza nos abrió desde los años 60. Pero me cuesta más pensar que no haya ningún escritor vivo en el mundo que no merezca el Nobel de Literatura. Me parece un desaire a quienes están escribiendo libros, con la única música de las palabras adecuadas, bien seleccionadas, y que sirven para sostener historias, emociones, pasiones y vidas enteras únicamente con la fuerza de su ritmo y la precisión de su significado.

Es cierto que, en España, toda proclamación del Nobel de literatura suscita controversia, especialmente cuando los premiados son los nuestros, con quienes hemos sido muy poco entusiastas y excesivamente críticos. Es decir, hemos ejercido de verdaderos españoles. De Juan Ramón Jiménez llegó a escribirse que mejor hubiera sido premiar al burro Platero; de Vicente Aleixandre, que su poesía complicada había hecho creer a los suecos que era buena? Tampoco la elección de Cela fue celebrada por todos con el aplauso que se merecía. Claro que nada de esto se puede comparar con lo que pasó con Pérez Galdós: cuando empezó a rumorearse que podían concederle el Nobel, se desplazó a Estocolmo una delegación de hombres eminentes de la cultura y de la política española con el fin de presionar a la Academia sueca para que ¡no se lo diesen!, alegando que era un republicano descreído y un revolucionario peligroso. Hasta entonces, confesó un académico nórdico, habían llegado comisiones de distintos países tratando, cada una, de interceder a favor de un compatriota eminente. Pero nunca había llegado alguien pidiendo que no se le diese el premio a un destacado personaje de su propio país.

Cosas extrañas ocurren desde siempre con el Nobel, por eso hace tiempo que sabemos que no es garantía de fiabilidad ni de justicia. A Echegaray el Nobel le llegó ya un poco tarde, en 1904, en plena decadencia literaria, y aún hoy nadie se explica por qué se lo dieron. Él había sido un dramaturgo a caballo todavía entre el Romanticismo (parte de su teatro está escrito en verso) y las nuevas tendencias que estaban abriéndose paso. A pesar de que era un hombre liberal, en literatura fue considerado más bien un retrógrado y por eso su Premio Nobel se tomó como un despropósito, especialmente entre los escritores que en aquel momento estaban en plena explosión creadora (Pérez Galdós, Miguel de Unamuno, Valle-Inclán, Blasco Ibáñez?).

A Bob Dylan, merecedor de todos los premios musicales que haya y pueda haber en el mundo, el Nobel lo sorprende sin un libro de literatura publicado. Por eso, para tratar de ser coherente, no me extraña nada que no lo acepte.