La mano de Asunta

SANTIAGO

04 abr 2017 . Actualizado a las 13:50 h.

He vivido los últimos tres años de mi vida agarrado a la mano de Asunta. La niña de doce años cruelmente asesinada por sus padres. Drogada y asfixiada por Rosario Porto y Alfonso Basterra, puestos de común acuerdo en un plan macabro que se hace incomprensible a este lado de la mente desde el que el mal en estado puro es tan poco concebible. La vorágine mediática que envolvió los primeros pasos del caso me condujo al crucial momento en el que el jurado popular declaró culpables a los padres. Jamás podré olvidar esos segundos. Fueron el primer hito de una travesía no exenta de incertidumbres. El segundo fue la confirmación del fallo por parte del Tribunal Superior de Xustiza de Galicia, en marzo. Ahora es el Supremo el que confirma la condena. Y ya no hay vorágine. El telediario lo despacha con unas frases escuetas. Es llamativo cómo algunos desprecian el momento crucial de la historia. El instante en el que, como el abogado de la acusación popular ha dicho, Ricardo Pérez Lama, «a Asunta por fin se le ha hecho justicia». Los padres podrán recurrir ante el Constitucional o el Tribunal Europeo de Derechos Humanos de Estrasburgo, pero en esas instancias ya no se pondrá en cuestión su culpabilidad. Solo si se respetaron sus garantías fundamentales. Y eso ya es harina de otro costal. Nadie podrá olvidar jamás a Asunta, porque es un caso único en los anales de la criminología mundial. Sin embargo, duele ver cómo su nombre va perdiendo eco entre las montañas de la actualidad. Siento hoy que ha llegado el momento de soltar esa mano a la que he vivido inexorablemente asido. No para olvidarla, pero sí para permitirle descansar al fin.