El día 21 de este mes, el Tribunal Supremo debatirá sobre los recursos de casación presentados por los padres de Asunta, Rosario Porto y Alfonso Basterra, contra su condena de 18 años de prisión por asesinar a su hija. Casualidad o no, lo cierto es que ese mismo día se cumplirá el tercer aniversario del terrible crimen que conmocionó a toda España. Porque fue el 21 de septiembre del 2013 cuando Porto y Basterra, Basterra y Porto, ejecutaron el frío plan que ambos habían diseñado antes para primero drogar y después asfixiar hasta la muerte a la pequeña. El eco de aquellos terribles acontecimientos resuena en estos días en los que volvemos a tener la sangre helada por la desaparición de una joven, Diana Quer, de la que aún no hay rastro. Cada día que pasa la esperanza de una resolución feliz tiende a apagarse un poco, pero al menos aún existe la posibilidad de que la chica esté bien y que se haya marchado por voluntad propia. Ojalá fuese así. Asunta nunca tuvo esa suerte. No gozó de ni una oportunidad. Los que debían protegerla, sus padres, fueron sus verdugos y no les tembló el pulso en las largas horas en las que se consumó el asesinato. Desde que a las 14 horas entró en la casa de su padre, donde comió y donde le suministraron el somnífero, hasta que sobre las 19 horas su madre la asfixió tapándole boca y nariz en el chalé familiar de Montouto (Teo). Cinco horas en las que no hubo ni el más mínimo arrepentimiento. Ni tan siquiera les tembló el pulso. Ellos siguen clamando una inocencia que hasta ahora ningún tribunal ha creído. El Supremo es su último cartucho. La historia está escribiendo, por fin, su epílogo.