Asunta

Xurxo Melchor
Xurxo Melchor ENTRE LÍNEAS

SANTIAGO

27 feb 2016 . Actualizado a las 05:00 h.

Hay días que jamás podré olvidar por muchos años que pasen. Uno de ellos será aquel domingo en el que me llamaron contándome que había aparecido muerta una niña de 12 años en una pista forestal de Teo. En ese momento ni yo ni nadie sabía que estábamos ante uno de los crímenes más perturbadores y escalofriantes de la España moderna. Ahora que el Tribunal Superior de Xustiza (TSXG) está debatiendo qué hacer ante el recurso de los padres de Asunta, condenados a 18 años de cárcel por asesinar a su hija, se me revuelven todas aquellas sensaciones vividas en los dos largos años que pasaron desde que se investigó hasta que se juzgó el caso. Cuando uno se asoma al abismo, el abismo también mira dentro de ti, decía Nietzsche. Y es una gran verdad. Indagar en aquellos últimos meses en los que la niña era drogada por sus padres para vete tú a saber qué, imaginar su miedo al no entender qué pasaba, su terror al comenzar a intuirlo, y reconstruir sus últimas horas aquel 21 de septiembre del 2013 ha dejado profundas cicatrices. Heridas que prefiero no sanar del todo como diminuto homenaje a aquella niña. Rosario Porto y Alfonso Basterra intentan que el TSXG revoque un veredicto de culpabilidad que el jurado popular dictó por unanimidad. La ley dirá, pero a mí siempre me seguirá aterrando imaginar el momento en el que la pequeña, confundida por el medicamento con el que la habían drogado, comprendió que iba a morir a manos de aquellos que debían protegerla. Quien trate de entender por qué sus verdugos no se apiadaron de ella en el último instante no hallará respuestas. El mal es tan brutal como inescrutable.