Un alcalde de baches y farolas

SANTIAGO

30 ene 2016 . Actualizado a las 05:00 h.

Desde la centralidad política de Compostela siempre se trató con displicencia a los alcaldes de la comarca de perfil bajo. Los peces gordos les dan una palmada en la espalda cuando se acercan las elecciones porque saben que tienen a mucha gente detrás, pero no les vuelven a hacer caso hasta cuatro años más tarde. No van a tertulias, el aparato del partido se la sopla y solo acuden a la capital cuando el problema ya es insoportable para las escuálidas arcas de los municipios pequeños.

Son los alcaldes «de baches y farolas», una coletilla que encierra cierto desprecio y que requiere una reflexión desde el respeto. Llevó años engañado con regidores que presumen de tener «amigos» en San Caetano y en Madrid; de otros que, en realidad, solo quieren usar el bastón de mando como pértiga para dar el salto precisamente cinco líneas más arriba; o de aquellos que dan el perfil para recibir a un embajador o a un Nobel pero que tienen encima más tontería que eficacia. Por eso reivindico el alcalde «de baches y farolas», porque es lo que nos hace falta. Un poco de luz para salir del agujero negro en el que nos han metido algunos administradores públicos que hicieron cosas con el dinero común que nunca se permitirían en sus casas.

La dignidad es comer caliente, caldear el salón en invierno y levantarse por la mañana con algún objetivo, pero superado ese umbral, también es salir a la calle y ver que las cosas funcionan sin excesivas tensiones y que lo que atañe a todos está en su sitio: una farola, un contenedor limpio, un autobús urbano en hora, una calzada en buen estado... Y eso ya solo lo hace un peón de la política, no una vedette.