«El Camino, una vida en 40 días»

mária segade / I.C. SANTIAGO / LA VOZ

SANTIAGO

INFINITO MÁS UNO

Diez jóvenes de Arizona peregrinaron para replantearse su futuro

11 ago 2014 . Actualizado a las 19:48 h.

Un párroco de Cuenca escribe un correo desde Phoenix. «Esto es una locura, pero queremos que alguien la filme. Sergio Fita». Enter. Enviado. Del otro lado del ordenador, Juan Manuel Cotelo, guionista, actor y desde el 2008 director de la productora Infinito más uno, nacida -afirma- con la única intención de difundir la palabra de Dios. La respuesta: «Nosotros también estamos algo locos. Hecho». El proyecto disparatado del que hablan no es otro que un giro a los documentales clásicos del peregrinaje a Santiago. Hastiado de que el Camino, en vez de perservarlo, se bifurque cada vez más hacia la pérdida de peso del sentido religoso, el turismo o, como le dijo un inglés en Monforte, «to party», Fita, que lleva tres años guiando una de las comunidades católicas de habla hispana en Arizona, decidió ser ejemplo de lo que para él «se adecúa al Camino».

En su parroquia de Santa Ana realizó entrevistas para elegir a sus diez discípulos, todos varones de 20 a 30 años de familias de escasos recursos que querían encontrar el sentido de la vida al final del Camino de Santiago.

Un rival para «The Way»

A Sergio Fita, de 35 años, se le ocurrió la idea del documental cuando en la Jornada Mundial de la Juventud de Brasil vio a los jóvenes grabar vídeos para colgarlos en Youtube. Él quería hacer una producción a lo grande que reforzara el trasfondo de fe del Camino que no muestran las carteleras. «El referente cinematográfico que tenemos hoy y que animó a tantos americanos a visitar Santiago es The Way, y no es otra cosa que trekking por sitios bonitos. No aparece Dios», explica el párroco.

La ruta elegida por este Martin Sheen con sotana no podía ser el popular Camino Francés, que realizan el 80 % de los romeros que llegan a la Oficina del Peregrino. Sergio se decantó por la ruta del Norte y el Camino Primitivo. La razón: mostrar otras rutas a los americanos y que buscaban «un tipo de peregrinación solitaria, para rezar y pensar», justifica Sergio. Pero por si los 800 kilómetros estimados supieran a poco, añadió dos desvíos. Uno en Azpeitia, cuna de San Ignacio de Loyola, y otro en Santander, donde hicieron la ruta Lebaniega para ver la reliquia de la cruz de Cristo del monasterio de Santo Toribio. Una suma de 930 kilómetros que los caminantes ofrecieron a los 800 años del peregrinaje de San Francisco.

Más de un mes caminando

Los 35 días de marcha constante iniciados el 19 de junio fueron un reto para todos. Los romeros vivieron caídas, tendinitis, diarreas... «No puedo creer que lo hayamos logrado», se sorprende Pedro, uno de los peregrinos americanos. Durante el camino se desprendió de lo material, como de la guitarrita que llevaba para las misas. Pero el equipo de Infinito más uno tampoco lo tuvo mucho más fácil. Concibieron la grabación como si fuera la vuelta ciclista. «No les puedes pedir que paren», dice Cotelo, que junto a cinco personas más siguieron un ritmo de cinco kilómetros hora. Destacan la naturalidad de los jóvenes, que no temblaron cuando les brindaron cámaras para hacer algún selfievídeo. «Con ampollas, cansados, durmiendo en el suelo... lo último que te importa es la cámara», explica Pedro. Recuerda con cariño el silencio del Camino que se truncó en Melide, al incorporarse con los caminantes del Francés. «Ese día vimos más peregrinos que en los 33 anteriores. Había un molesto barullo», se queja el chico.

Como lo más bonito de la aventura destacan los Picos de Europa que abrazaron en escalada, sin desmerecer a la misa en el monte Ermua, más cerca del cielo que las propias nubes que veían a sus pies. Los fuegos del 24 de julio que disfrutaron al pisar Compostela mostraban el interior del grupo con pirotecnia.

Los resultados del documental en fase de financiación tampoco quedan atrás. «Mandaba fotos del paisaje a amigos y creían que era Escocia o Austria. No hay flamencas ni toros pero es España, y encantará a los americanos», dice el director. En total cien horas de cinta, 35 días de peregrinaje y tres en la capital que el párroco califica como «Vivir una vida en 40 días. Muchas fotos y entusiasmo en la niñez del inicio; el cansancio y las dudas del adulto con el paso de los días y la plenitud al ver la Catedral desde el Monte do Gozo que da la vejez».

Y el día 28 de julio, entre comidas de despedida que se transformaron en cenas y desayunos para estirar el momento del adiós entre el equipo y los chicos, se confirmó que lo único difícil de esta locura era, después de vivir lo vivido, volver a casa.