Celme, enclave casi portugués

CRISTÓBAL RAMÍREZ

SANTIAGO

Solo quedan ruinas del que fue el castillo más importante de A Limia, a tal altura que dominaba cualquier movimiento hostil de los soldados lusos

20 may 2011 . Actualizado a las 06:00 h.

Fue, quizás, el castillo más esplendoroso de los cuatro que defendían la llanura de A Limia, donde es sabido que se tenía a los portugueses por vecinos de poco fiar. De ahí la desconfianza, de ahí las fortalezas. Pero la de Celme fue lo contrario: la levantó el portugués Alfonso Henríques -que estuvo en Santiago y llegó a ser rey- a principios del siglo X, porque ni él ni sus coterráneos se fiaban un pelo de los gallegos, y el duque de Lancaster consiguió arrebatársela con los medios propios de la época: a saber, el asalto puro y duro, y a cuchillo todo quisque.

Celme se irguió en lo más alto de un monte, panorámica sin igual de una comarca amplísima, pista de tierra larga, ancha e idónea para una caminata desde As Veigas, regadas por un río Limia aquí canalizado (con mucha mano de obra portuguesa).

El tiempo hizo de las suyas y la tradición oral afirma que algunas muy nobles casas de la aldea de Congostro, allá abajo, se levantaron utilizando piedras del castillo. No hay documentos que prueben la veracidad de tales afirmaciones, pero los carros de vacas tuvieron que acometer una y otra vez una bajada que da un cierto respeto incluso hoy en día, así que uno o dos siglos atrás tal cosa debía ser de espanto. En fin.

De su historia poco se sabe. Lo que resulta evidente es que en esa montaña ha habido continuidad de población desde hace al menos dos milenios. Así lo atestiguan el castro de San Miguel (en mitad de la ladera, enorme, sin excavar); el desaparecido convento femenino que existió al pie del castro, donde hoy abre sus puertas la aldea de turismo rural de Santrandé, y más abajo, porque las necesidades defensivas ya no eran las mismas, la aldea de Congostro, que por cierto figura ampliamente en el catastro del marqués de la Ensenada, de mediados del XVIII.

Arriba de todo quedan eso, ruinas. No se debe meter la caminata (en coche, si no es todoterreno, es difícil) pensando en encontrarse una fortaleza hecha y derecha. Hay que investigar en el montículo de la izquierda e ir viendo poco a poco aquí un muro, allá otro, en el otro lado un sillar muy bien labrado con una marca de cantero pero aislado en el suelo... Y ese es justo su encanto. Lo demás lo dirá una excavación arqueológica cuando se lleve a cabo.