Un niño de Arteixo recibe una prótesis de brazo hecha con una impresora 3D

R. R. garcía REDACCIÓN / LA VOZ

SOCIEDAD

Juan Herrero | EFE

Es el primer implante de este tipo que se hace en España dentro de un proyecto solidario

09 feb 2016 . Actualizado a las 11:25 h.

Primero se le escurrió de entre los dedos, pero al tercer intento lo consiguió. Unai Blanco agarró con firmeza una botella de agua y la levantó en el aire mientras le dirigía una amplia sonrisa, sin perder la concentración. Fue el primer objeto que atrapó con su nueva mano, una prótesis biónica fabricada con una impresora en 3D por un equipo de cuatro alumnos del instituto de formación profesional Don Bosco, de Rentería (Guipúzcoa), ayudados por su profesor de Electrónica. El niño de Arteixo, de nueve años, se ha convertido en el primer español en recibir un brazo ortopédico dentro del programa promovido por la red de filantropía internacional Enabling the Future, con base en Estados Unidos, que pretende facilitar el acceso a estos dispositivos de bajo coste a todas las personas que los necesiten.

Una prótesis normal de plástico cuesta unos diez euros, pero Unai Blanco Martínez, que acudió a recibirla junto a sus padres y sus dos hermanas pequeñas al centro guipuzcoano, la recibirá como un regalo adelantado de cumpleaños, ya que el próximo día 20 tendrá 10 años. «¿Qué te gustaría atrapar?», le preguntaron antes de sentarlo en una silla y colocarle la prótesis. «Cosas», respondió, para luego precisar: «libros». Primero parecía asustado, pero después de probar el ingenio cogió confianza y bromeó con Carlos Lizarbe, el profesor que coordinó a los cuatro estudiantes que fabricaron la mano del niño con una impresora 3D. «Es muy chula y quiero enseñársela a mis amigos», confesó. Él mismo había escogido los colores, verde y naranja.

En su caso, la fabricación fue un poco más complicada de lo habitual. Habitualmente, los ingenieros de Enabling the Future diseñan las prótesis y cuelgan las piezas en Internet, con las instrucciones correspondientes, para que cualquiera pueda construir el objeto. Pero a Unai, que nació sin el brazo izquierdo, fue necesario adaptarle el modelo a su medida, la de un niño de 10 años, para que le encajara perfectamente. Pero no solo eso. La dificultad era mayor porque, a diferencia de los otros tres implantes de manos que habían realizado los estudiantes vascos, a Unai hubo que construirle la extremidad completa. «Solo tenía parte del antebrazo y hubo que hacerle el brazo entero, hasta el codo. Era más difícil de lo que habíamos pensado, pero asumimos el reto y lo conseguimos».

Escaneo en Pontevedra

La extremidad se la escaneó y digitalizó en 3D una empresa de Moaña (Pontevedra). La información fue remitida al centro vasco. Pero para ajustar aún más el implante fue necesaria la intervención de un ingeniero mecánico, Lizar Azkune, de la empresa Domotec, que colaboró desinteresadamente en el proyecto, al igual que el resto del equipo.

«Es un proyecto solidario en el cual, mediante impresoras en 3D, se construyen prótesis de bajo coste para personas que lo necesitan», explica el profesor Juan Carlos Lizarbe.

Unai empezó pronto a manejar con destreza su implante. Después de la botella de agua agarró un teléfono móvil e incluso chocó los cinco al maestro que dirigió el proyecto. Pero aún tendrá que practicar más para acostumbrarse a su nueva extremidad, que le resulta mucho más cómoda y ligera que la prótesis ortopédica que utilizaba hasta el momento. De hecho, apenas se la ponía porque le resultaba incómoda. «No la usaba casi nunca», constata su madre, Mónica Martínez. «¡Mamá!, si no pesa nada, que es muy ligera», le confesó el propio Unai.

Los padres contactaron con el equipo del instituto Don Bosco, voluntarios desde hace un año de la red Enabling the Future, en la feria de inventos de Bilbao Maker Faire. Habían oído que un grupo de estos alumnos diseñó dos prótesis de mano para dos personas de Jalisco (México) y fueron a buscarlos, aprovechando que tenían familia en la capital vasca. El contacto se fraguó en noviembre. Tres meses después, Unai ya tiene un nuevo apoyo con el que poder manejar mejor su bicicleta, en la que hace ya mucho que no monta. «Solo con ver la sonrisa del chaval, ya está todo pagado», dice Carlos Lizarbe.

Unai: «Estoy muy contento, ya cogí una flor»

«¡Hola!, estoy cogiendo el móvil con la mano... Es bromaaaa». Al principio de la conversación telefónica, Unai apenas contesta con monosílabos: «Bien», «sí, muy contento». Pero luego empieza a soltarse e incluso se permite alguna que otra broma. Ayer, junto con el resto de la familia, hizo noche en Santander después de recibir el implante en el País Vasco y hoy regresará a su casa en Arteixo. Es un niño alegre y juguetón que, pese a su corta edad, sabe que tendrá que practicar aún mucho para manejar su implante artificial. Y no parece dispuesto a perder el tiempo. Ayer se la puso y sacó varias veces e intentó agarrar todo tipo de objetos. «Unai, coge esto», le decían sus hermanas para probarlo. Y no perdía la paciencia.

«Antes, con la mano, cogí una flor. Y cuando fuimos al súper a comprar agarré la mortadela, pero pesaba mucho. Y también cogí chicles», explica a trompicones.

Es solo el principio de la nueva vida que le espera. Una vida mejor, porque su antigua prótesis, muy pesada, solo se la había puesto en dos ocasiones. La fabricada con la impresora en 3D no cuenta con ningún sensor ni dispositivo electrónico que le permita mover los dedos mediante impulsos eléctricos, pero sí le permite realizar un gran número de movimientos que le abren un nuevo campo de posibilidades. «Tiene como una especie de gomas que van en el codo y cada vez que lo mueve se tensa y la mano se cierra. Es como si imitaran los tendones», apunta su madre, Mónica Martínez.

Y, sobre todo, la prótesis, además de su ligereza, presenta la gran ventaja de que se pone y se saca sin mayores problemas. «No tiene ninguna dificultad y se maneja el solo», señala Mónica, que se enteró de la iniciativa Enabling the Future a través de una noticia. Fue entonces cuando indagaron si en España también había voluntarios que colaboraban con el proyecto. Y así fue cómo, con un intermediario de por medio, localizaron a Carlos Lizarbe y a su equipo de estudiantes en la feria Maker Faire. «Es una pena que este tipo de iniciativas no se conozca más, porque beneficiarían a mucha gente», se lamenta la madre.

El que también se va a beneficiar ahora es otro niño de Zaragoza, de tres años, al que el mismo equipo le acaba de fabricar otra prótesis para su mano.