«O xabarín fíxome chorar na finca»

Marcos Gago Otero
marcos gago PONTEVEDRA / LA VOZ

VILABOA

Ramón Leiro

La actividad de las manadas con crías sigue devastando los maizales de la comarca

08 sep 2016 . Actualizado a las 10:40 h.

El jabalí es el enemigo número uno de los agricultores de la comarca. Ni las plagas, ni la falta de agua, ni los achaques de la edad. Uno puede trabajar durante meses, partiéndose la espalda llueva o haga sol para que, en una sola noche, su finca se transforme en una masa amorfa de espigas pisoteadas y cañas cascadas. Es la pesadilla que los pequeños agricultores llevan viviendo desde finales de junio y que persiste aún ahora, cuando la temporada de caza ha empezado. Se mire por dónde se mire, en Vilaboa, Pontevedra, O Morrazo o el valle del Lérez, los cerdos salvajes campan con alegría arrasando lo que encuentran a su paso. O mejor dicho, escogiendo selectivamente el maíz que más le gusta, porque serán animales, pero no tontos. Hay fincas casi intactas al lado de otras sin una espiga en pie. Ya lo decía Emilio Justo, portavoz de los vecinos de Bértola, en Vilaboa. «Van ao millo que lles gusta máis». ¡Y ay de la finca donde encuentren ese grano! No queda nada.

Justo incide en que no hay protección eficaz. Dejar pelos humanos en montoncitos en las esquinas de las parcelas no sirve. «Teñen moi bo olfato e detectan cando hai unha persoa ao redor ou non», añade. Los pastores eléctricos tienen un éxito relativo. Ya se apañarán para conseguir salvar el cercado. Las mallas de las redes de pesca no aguantan. Si hacen falta excavan por abajo y se cuelan como si tal cosa. Encender velas tiene su peligro, porque puedes provocar un fuego y en cuanto a dejar la radio encendida, «tírancha e aínda por riba te quedas sen millo e sen radio».

El marido de Elena Farto, de la parroquia pontevedresa de Tomeza, llevó el ingenio a límites insospechados. «O meu home levantábase de madrugada e botáballes un petardo, co ruído xa non viñan esa noite», señala. Esa noche, nunca mejor dicho, porque como les faltase el estruendo pirotécnico, entonces, «se non había petardo, esa noite viñan». Su finca está dañada, pero al menos salvaron parte de la cosecha.

Mucha menos suerte tuvo Orlandina Pesqueira, también de Tomeza. Su pequeña plantación fue arrasada. No cosechó ni una mazorca «O xabarín fíxome chorar cando vin todo destrozado. Dixen que eu xa non volvía máis». Orlandina añade que ella no tiene nada contra los jabalíes, pero reclama que la Administración no criminalice a los vecinos con multas de miles de euros si alguien, cansado de los daños, los mata. «Teñen que aprender a respectar o noso traballo de todo o ano», apunta, refiriéndose a la Xunta.

Manuel Otero, de Bértola, tiene bien estudiado por dónde vinieron los jabalíes que destruyeron la mitad de su maizal. Sabe que fueron madres con crías, «polo destrozo que fixeron». Los cazadores, con permiso de la Xunta, han incrementado las batidas, tanto en el entorno del Gafos como en el monte, con desiguales resultados. Sin embargo, los jabalíes son escurridizos y su población sigue creciendo. Solo entre Paredes y Tomeza, los cazadores de Moaña contabilizaron unos 50, muchos de ellos ejemplares jóvenes. Es una cifra alta y todos, agricultores y cazadores creen imprescindible controlarla y evitar una nueva oleada de devastación en las huertas de la comarca en el verano del 2017.