Un gimnasio llamado Silgar

Marcos Gago Otero
marcos gago SANXENXO / LA VOZ

SANXENXO

m.g.

Una hora de ejercicios sobre la arena para afrontar con ánimo la jornada de sol y playa

30 jul 2016 . Actualizado a las 09:07 h.

Cada mediodía, puntuales como un reloj suizo, un grupo de bañistas, que en ocasiones supera el centenar largo de asistentes, se pone manos a la obra y siguiendo las instrucciones de Rodrigo Mouriño, comerciante jubilado, realizan una tabla de gimnasia de mantenimiento en la playa de Silgar, en Sanxenxo. Durante una hora reproducen en la arena una serie de ejercicios destinados a facilitar la elasticidad y el bienestar general del cuerpo. Mouriño describe esta tabla como de un grado de dificultad media baja, que puede seguir la inmensa mayoría del público.

Todo comenzó hace 22 años, de la mano de Alejandro del Castillo Usieto, químico de profesión y vecino de Pamplona, un histórico del verano de Sanxenxo. Del Castillo bajaba solo a la playa y hacía sus ejercicios, siguiendo las pautas marcadas por los monitores del club deportivo San Juan de la ciudad pamplonica.

José, otro bañista, que padece dificultades de movilidad y lenguaje debido a una enfermedad, veía con admiración los ejercicios de Alejandro cada mañana. Reconoció enseguida que eran semejantes a los que le recomendaban los fisioterapeutas, según explica una de las incondicionales de la gimnasia en Silgar, María Jesús Morao. Al verlo, Alejandro lo invitó a copiarle, recordándole, eso sí, que él no es médico, sino solo un aficionado. Desde aquel día los dos se pusieron a practicar en la arena y poco a poco se les fueron sumando más.

Con el tiempo la gimnasia de mantenimiento en Silgar adquirió la categoría de una tradición tan inseparable de esta playa como su paseo marítimo, las tumbonas o los chiringuitos. La iniciativa solidaria de Alejandro, que comenzó tan humildemente, acabó congregando a más de cien personas.

Las clases calaron hondo entre los bañistas. Su mujer, Palmira Castro, indica que su marido, que ahora no puede bajar a la playa por enfermedad, «disfrutaba mucho y ponía todo lo que sabía y sus fuerzas en hacerlo lo mejor posible». Como era una actividad totalmente amateur, Alejandro le decía a la gente: «yo no soy médico, no le puedo aconsejar nada, yo hago lo que me han enseñado», relata Palmira. El resultado no se hizo esperar. «Era como una familia», señala esta profesora jubilada.

Cuando por su salud, se vio obligado a retirarse de la palestra hace unos años, dos alumnos suyos, por usar una expresión adecuada, asumieron el relevo. Esta semana, por ejemplo, las clases las guió Rodrigo Mouriño, que aprendió la tabla con Alejandro y que también se ha ganado el afecto de muchos de los turistas. María Rosa, visitante portuguesa de Oporto, fue una de las que al acabar la clase se acercó a saludar a su profesor. «Anima moito a praia, todo é voluntario, gratis e todos os días», destaca.

Mouriño devuelve el saludo y precisa que en los últimos años ya no son solo jubilados los que acuden a las clases. Se han sumado bañistas más jóvenes. La continuidad parece asegurada.