El profesor que se convirtió en maestro del cuchillo

María Hermida
maría hermida PONTEVEDRA/ LA VOZ

PONTEVEDRA CIUDAD

RAMON LEIRO

Terminó magisterio y se empleó como educador en el colegio de la ONCE. Luego, lo dejó todo por afilar

30 jun 2017 . Actualizado a las 05:00 h.

Carlos Gómez González cree que su padre era un sabio. Y su padre, que cantaba mucho y que contaba bien las muchas historias que había protagonizado, como cuando tras la Guerra Civil tuvo que escapar desde Pontevedra a Portugal, le dijo muchas veces que «a vida hai que vivila, pasándoo ben cando se poida». Y Carlos, que tiene 68 años, ha intentado aplicar a su existencia las palabras de su progenitor. No parece él un hombre de vida exagerada. Casi todo lo contrario. Todo lo que cuenta le retrata como una persona metódica, pausada... aunque conforme va sacando anécdotas de su vida se va viendo que incluso lleva un aventurero dentro. ¿Quién es Carlos Gómez? Carlos es de los pocos afiladores de la vieja escuela que continúan en activo. Tiene su cuchillería en Pontevedra. La excusa para hablar con él es, precisamente, la supervivencia de su negocio, que abrió las puertas en 1950 y que ahí sigue, junto a la plaza de abastos. Pero la conversación acaba yendo también hacia otros derroteros. Porque el archiconocido cuchillero resulta que, en un principio, iba para profesor. De hecho, tiene el título de maestro.

La vida de Carlos Gómez empieza en la plaza de A Pedreira, en plena zona monumental, donde nació. Su padre era afilador y su madre se dejaba los ojos cosiendo y yendo luego a vender a la feria. Desde pequeño, Carlos ayudaba a su padre en la cuchillería. Dice que le gustaba verlo afilar en la rueda y escuchar cómo cantaba mientras hacía su trabajo: «A min nunca se me deu por aí, e tampouco por asubiar pero el sempre cantaba... el era un sabio, chamábase Serafín». Aunque hacía sus pinitos en el oficio familiar, Carlos no dejó sus estudios. Primero estuvo en el colegio Inmaculada y luego fue a la Universidad. Hizo Magisterio en Pontevedra. Con el título recién sacado, se le pasó por la cabeza opositar. Pero al final le apareció un trabajo y su destino cambió. Se convirtió en educador en el colegio de la ONCE. Recuerda aquellos años con sonrisa: «Era moi bonito traballar con persoas cegas, tiñan moitísimo afán por superarse». Él aprendió a escribir y a leer en Braille y todavía puede hacerlo actualmente. «Iso non me esqueceu nunca», dice.

Vendedor de embutidos

Unos años después dejó la ONCE y encadenó varios trabajos.

«Era unha época na que si ou si había que traballar moito, había que gañar o pan»

, indica. Fue viajante de una empresa de embutidos de Pamplona. Recorría media Galicia vendiendo chorizo y demás bondades del cerdo. Hasta que los cuchillos se toparon en su camino. Sí. Su padre, que se iba haciendo mayor, necesitaba ayuda en la cuchillería. Y Carlos y su mujer acudieron a echar una mano. Al principio, compaginó el trabajo de comercial de embutidos con el de la cuchillería. Luego, se decantó por el negocio familiar. Y lo hizo, sostiene, «

porque tiña un bo mestre».

Insiste él en que afilar tiene truco. Señala que solo se puede hacer bien con un buen maestro. «Fai falta moita práctica pero tamén alguén que che ensine, eu tiven esa sorte. Veño dunha familia de afiadores de Ourense, de Nogueira de Ramuín, meu avó xa era afiador, andaba polas feiras», indica. Lo cuenta y mira hacia la rueda de afilar manual que preside la entrada de su negocio. Ya no la utiliza, pero no se desharía de ella «por moitos cartos que me deran». La rueda era de su padre. Recorrió con él cada esquina de Portugal, así que Carlos la tiene como pieza de museo.

Uno le escucha hablar del oficio, contar que tiene 68 años pero que sigue activo, motivo por el cual solo cobra media pensión, y le pregunta: ¿pero entonces usted sigue o no la filosofía de su padre de disfrutar de la vida? Y sin apurarse a hablar, con el ritmo igual de pausado que antes pero con una sonrisa enorme, Carlos cuenta. «Vaia se o paso ben, fágoche moitas cousas», dice.

Fue un apasionado de la bici, aunque la dejó hace algún tiempo. Durante años, hizo pesca submarina y aún de vez en cuando la practica, aunque un percance en un oído lo apartó un poco de su afición. Le gusta llevar la casa a cuesta desde joven, al menos cuando va de vacaciones. Por eso recorrió media España haciendo campismo -en su luna de miel estuvo un mes por el Cantábrico con la tienda de campaña- y por eso gran parte de sus recuerdos de viajero son a bordo de una caravana. Ahora la tiene parada. Pero la usa igual. Resulta que Carlos cuenta con un pedacito de cielo en la tierra. Es una finca, cerca de Areas, donde las noches en la caravana se complementan con los chapuzones en la playa, los churrascos en familia y las risas de los suyos. Habla con orgullo de sus hijos. Pero, sobre todo, saca una foto de dos niños y dice: «Mira que dous netos... e un máis que ven agora. Isto si que me fai feliz».

«Meu pai era un sabio», dice de Serafín Gómez, quien fundó la Cuchillería Gómez

Dice que afilar tiene truco, y que es imposible hacerlo bien si no se tiene un buen maestro